Los mitos chocaron con el racionalismo y el empirismo. Cuando Galileo inventó el telescopio, se derrumbó el universo. Es increíble la distancia entre el planisferio de Fra Mauro, con Jerusalén en el centro del universo, usual en esa época, y el observatorio de Atacama, que pronto escrutará las estrellas formadas después del Big Bang.
Jorge Fontevecchia, en su artículo «Problemas del antiintelectualismo», habla de un tema trascendental. Sería grave que los adversarios del kirchnerismo se conviertan en antiintelectuales, así como es malo que en los medios políticos, periodísticos y académicos haya tantos predicadores y pocos intelectuales. Estamos atrapados en un paradigma arcaico del siglo XIX, mientras la ciencia, la tecnología y la gente viven la revolución más radical de la historia de la humanidad. La política parece una puerta giratoria en la que las mismas personas corren, persiguiendo o perseguidas, en una vuelta como funcionarios del gobierno, en la otra como líderes de la oposición, cambiando banderas de cualquier color con cualquier otro. Todos corren en ese molinete mientras se estanca el país, ahogado por la viveza criolla, el autoritarismo y la falta de respeto por las instituciones. Hay demasiados predicadores para justificar todo esto y pocos intelectuales críticos capaces de pensar con libertad y plantear nuevos caminos.
La campaña de Kennedy en 1960 inauguró la era de la imagen y de la política mediática, que se impusieron a la voz y a las concentraciones en las plazas. Los líderes de la radio congregaban a sus seguidores con una oratoria encendida, estandartes, bombos, bandera. La televisión cambió todo.