El 8 de octubre se conmemora el Día Internacional de las Lesbianas, una fecha nacida en comunidades activistas de Australia y Nueva Zelanda en la década de 1980 que, con el tiempo, se extendió a otros países como un hito de celebración, memoria y demanda.
No debe confundirse con el Día de la Visibilidad Lésbica —que en muchos países se celebra el 26 de abril—, aunque ambos momentos del calendario comparten un objetivo: poner en el centro a las mujeres que aman a mujeres y sus derechos.
Del silencio al orgullo: una historia de organización y ruptura
Durante buena parte del siglo XX, el deseo y la vida lésbica quedaron relegados a la clandestinidad por la criminalización, la patologización y la presión social. Sin embargo, incluso en contextos hostiles, se tejieron redes y espacios de encuentro que sentaron las bases del movimiento contemporáneo.

En los años 50, en Estados Unidos surgieron los primeros grupos de apoyo formal para mujeres homosexuales, como Daughters of Bilitis, que ofrecieron un punto de partida para la sociabilidad y la reivindicación, todavía en clave discreta.
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Después de los disturbios de Stonewall en 1969 —convertidos en símbolo global del orgullo—, el feminismo lésbico de los 70 dio un giro decisivo: politizó la experiencia, articuló el lema “lo personal es político” y cuestionó el sesgo androcéntrico tanto del activismo gay como del movimiento feminista de la época.
La irrupción del VIH/sida en los 80 reordenó agendas y alianzas, y en paralelo se consolidaron colectivos específicamente lésbicos en múltiples países.
En los 90, iniciativas como las Lesbian Avengers llevaron la protesta a la calle con acciones creativas que reclamaban visibilidad y denunciaban violencias y exclusiones, desde el ámbito educativo hasta los medios.
En América Latina y España, las redes lésbicas multiplicaron espacios de formación, cultura y acción política, al tiempo que lograban avances legales en algunos lugares—matrimonio igualitario, filiación y reconocimiento de familias diversas— fruto de décadas de trabajo.
El presente combina esa herencia con nuevos desafíos. La conquista del espacio público convive con reacciones conservadoras, discursos de odio en entornos digitales y brechas persistentes en representación, empleo y acceso a derechos. La visibilidad, motor de cambio, sigue siendo una necesidad y, en muchos contextos, un acto de valentía.
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Salud lésbica: por qué la medicina aún falla en comprender sus necesidades
Aunque la evidencia científica y las guías de buenas prácticas han avanzado, persiste una brecha entre los sistemas de salud y las necesidades específicas de las mujeres que se relacionan sexual y afectivamente con otras mujeres.

Este desfase se manifiesta en varios niveles:
- Supuestos heteronormativos en la consulta. Historias clínicas y entrevistas que presuponen relaciones con varones conducen a recomendaciones inadecuadas o incompletas. Muchas mujeres reportan tener que “salir del clóset” repetidamente para recibir indicaciones pertinentes.
- Cribados y prevención erróneamente despriorizados. Es frecuente la falsa idea de que las relaciones entre mujeres implican bajo o nulo riesgo de infecciones de transmisión sexual. Esto deriva en menos pruebas de detección y retrasos diagnósticos. El VPH puede transmitirse entre mujeres, por lo que el tamizaje de cáncer de cuello uterino sigue siendo esencial independientemente del tipo de pareja.
- Falta de formación específica. La educación médica dedica poco espacio a salud sexual y reproductiva en parejas de mujeres: barreras en acceso a reproducción asistida, acompañamiento a la lactancia en familias no gestantes, consejería sobre métodos de barrera y prácticas seguras, o reconocimiento de la violencia en relaciones entre mujeres.
- Impacto del estrés de minorías. La discriminación y la invisibilidad se asocian a mayor carga de ansiedad, depresión y consumo problemático de sustancias en algunos grupos. El acceso a salud mental culturalmente competente continúa siendo irregular.
- Datos escasos y mal clasificados. La ausencia de preguntas inclusivas en encuestas y registros clínicos invisibiliza a las mujeres lesbianas y bisexuales, limita la investigación y perpetúa vacíos en políticas públicas.
Los cambios son posibles y están documentados: formularios que capturan orientación sexual e identidad de género de manera respetuosa, capacitación en competencia cultural, protocolos de cribado no basados en supuestos, y la inclusión explícita de familias con dos madres en la atención perinatal y pediátrica.
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Además, reconocer la diversidad dentro del propio colectivo —mujeres lesbianas mayores, racializadas, rurales, trans o con discapacidad— es crucial para cerrar brechas interseccionales.
Un día para celebrar, exigir y escuchar
El Día Internacional de las Lesbianas es una invitación a mirar de frente lo que aún falta: investigación con enfoque específico, presupuestos para salud sexual y mental, políticas contra la discriminación en escuelas y trabajos, y representación real en medios y cultura.
También es una jornada para celebrar logros y referentes, desde pioneras anónimas que sostuvieron redes en la sombra hasta creadoras, deportistas, científicas y activistas que hoy amplían el horizonte de lo posible.

La consigna, en 2025, suena tan vigente como hace décadas: sin escucha no hay derechos. Nombrar, comprender y atender las vidas de las mujeres que aman a mujeres sigue siendo una tarea colectiva—en la clínica, en las aulas, en las redacciones y en las instituciones. El 8 de octubre ayuda a recordarlo, pero el compromiso debe durar todo el año.