La relación entre el peso corporal y la vida sexual va mucho más allá de los estereotipos. La evidencia científica sugiere que la obesidad puede reducir el deseo sexual a través de vías biológicas —incluida la disminución de la testosterona— y también mediante factores psicológicos como la autoestima y el estigma.

El impacto toca tanto a hombres como a mujeres, y afecta no solo a la libido, sino también a la calidad de la intimidad y la satisfacción en pareja.
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Según la Organización Mundial de la Salud, más de mil millones de personas viven con obesidad en el mundo. En ese contexto, comprender cómo el exceso de grasa corporal puede alterar hormonas, estado de ánimo y dinámica relacional se ha convertido en un tema de salud pública.
Hormonas en la encrucijada: el rol de la testosterona
En los hombres, la obesidad se asocia con niveles más bajos de testosterona total y libre. Una razón central es que el tejido adiposo tiene actividad de aromatasa, una enzima que convierte la testosterona en estrógenos, lo que reduce la disponibilidad de andrógenos.
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A ello se suma la caída de la globulina transportadora de hormonas sexuales (SHBG) en el contexto de resistencia a la insulina, lo que altera las fracciones de testosterona medida y utilizable.

El círculo no termina ahí: la inflamación crónica de bajo grado y los trastornos del sueño —como la apnea obstructiva, más frecuente en la obesidad— pueden suprimir el eje hipotálamo-hipófisis-gónada, disminuyendo la producción de testosterona. Todo ello repercute en la libido, la energía, el estado de ánimo y, en muchos casos, en la función eréctil.
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En las mujeres, la relación entre peso y deseo es compleja. La obesidad puede alterar la secreción de estrógenos y andrógenos, y en cuadros como el síndrome de ovario poliquístico (SOP) se combinan hiperandrogenismo, resistencia a la insulina y trastornos menstruales que afectan la función sexual.
Además, el tejido adiposo influye en la producción de leptina y otras señales metabólicas que se relacionan con el apetito sexual y la fertilidad.
Del laboratorio al dormitorio: mecanismos que conectan peso y deseo
Más allá de la testosterona, múltiples mecanismos suman efectos:
- Insulina y metabolismo: la resistencia a la insulina se vincula a disfunción endotelial y menor flujo sanguíneo genital, con impacto en la excitación y la respuesta sexual.
- Inflamación sistémica: citocinas elevadas en la obesidad pueden afectar neurotransmisores involucrados en el deseo y el placer.
- Medicación y comorbilidades: fármacos para hipertensión, depresión o diabetes —condiciones más prevalentes en obesidad— pueden reducir la libido; lo mismo ocurre con el dolor crónico y la fatiga.
- Sueño y ánimo: dormir mal y la depresión, ambos más comunes con obesidad, son predictores de menor deseo sexual en distintos estudios.
Autoestima, imagen corporal y estigma
El deseo sexual no es solo un reflejo de hormonas. La satisfacción con la propia imagen, la percepción de atractivo y el miedo al juicio tienen peso específico.
Investigaciones en psicología clínica muestran que las personas con obesidad reportan, en promedio, más insatisfacción corporal y ansiedad relacionada con su vida sexual.
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El estigma social —incluido el que se internaliza— puede traducirse en evitación de la intimidad, dificultad para comunicar deseos y disminución de la frecuencia sexual.
En parejas, el tema suele ser bidireccional: el malestar corporal puede llevar a menos iniciativa y cercanía, y la respuesta de la otra persona —sean críticas, silencio o apoyo— influye en la trayectoria de la relación.
La sexualidad, recuerdan terapeutas de pareja, es una competencia relacional que mejora con comunicación y seguridad emocional.
¿Se puede revertir? Lo que dice la evidencia sobre cambios de peso
La buena noticia es que modestos descensos de peso pueden asociarse con mejoras hormonales y sexuales. Ensayos clínicos han mostrado que perder entre 5% y 10% del peso corporal puede elevar la testosterona en hombres con obesidad y mejorar la función eréctil y el deseo.
En mujeres, intervenciones combinadas de nutrición, actividad física y manejo del estrés han reportado mejoras en la lubricación, el deseo y la satisfacción, especialmente cuando se abordan comorbilidades como el SOP.
Las cirugías bariátricas también han mostrado beneficios en parámetros hormonales y de función sexual a medio plazo, aunque requieren seguimiento estrecho y no son una solución exclusiva para todas las personas.
La actividad física regular, incluso sin grandes cambios de peso, puede mejorar flujo sanguíneo, estado de ánimo y autopercepción, con efectos positivos en la vida sexual.
Más allá de los números: abordar el deseo desde varios frentes
Expertos en endocrinología y salud sexual sugieren un abordaje multimodal:
- Evaluar y tratar causas biológicas: medir testosterona en la mañana en hombres con síntomas, revisar función tiroidea, glucosa y lípidos, y despistar apnea del sueño. En mujeres, valorar SOP y disfunciones tiroideas.
- Revisar medicación: ajustar tratamientos que afecten el deseo cuando existan alternativas.
- Cuidar la salud mental: tratar depresión y ansiedad mejora la libido; la terapia sexual puede ayudar a parejas a reconstruir intimidad y comunicación.
- Fomentar hábitos sostenibles: patrones alimentarios de calidad, entrenamiento de fuerza y aeróbico, buena higiene del sueño y reducción del consumo de alcohol y tabaco.
Los especialistas advierten que la terapia con testosterona no es una solución universal: en hombres, se indica cuando hay hipogonadismo confirmado y síntomas, tras abordar causas reversibles como la obesidad y la apnea.
En mujeres, su uso es más restringido y debe supervisarse cuidadosamente, dado el perfil de riesgo y la evidencia limitada en ciertas indicaciones.
El factor social: peso, deseo y derechos
La sexualidad saludable es un componente del bienestar. Combatir el estigma asociado al peso —en el sistema sanitario, en el trabajo y en los medios— es clave para que las personas busquen ayuda sin temor a juicios.
La educación sexual inclusiva y las políticas que faciliten acceso a nutrición, actividad física segura y atención psicológica forman parte del mismo mapa.
Qué falta por entender
Aún hay preguntas abiertas: por qué algunas personas con obesidad mantienen deseo y satisfacción sexuales robustos; cómo interactúan genética, hormonas y ambiente; y qué intervenciones combinadas ofrecen los mejores resultados sostenibles.
Lo que sí parece claro es que el deseo sexual no depende de un solo número en la balanza ni de una única hormona.
En palabras de una recomendación repetida por clínicas de salud sexual: mover el foco de “peso ideal” a “salud integral” —biológica, mental y relacional— puede ser el cambio que más transforma la vida íntima.
La ciencia acompaña esa visión, y la experiencia de pacientes y parejas la confirma en la práctica cotidiana.