Tuve la fortuna de pasar varios días en Taiwán, invitada por la Embajada de Taiwán en Paraguay para participar en un curso especializado. Lo que encontré fue un país que encarna valores profundos como la educación y la honestidad, forjando un estilo de vida modesto y una sociedad que se ha posicionado como una de las más seguras del planeta.
En Taiwán, la seguridad es una norma cotidiana. Se puede caminar por las calles a cualquier hora del día o la noche sin temor a robos o agresiones. Los mercados nocturnos, emblemas culturales de la isla, son un imán turístico precisamente por esta tranquilidad: transitar entre puestos de comida callejera, luces y multitudes se siente como un paseo protegido por el respeto mutuo. No hay incidentes registrados de delincuencia común, y la presencia policial en la vía pública se enfoca en mantener el orden y asistir a la ciudadanía, no en reprimir.
Esta atmósfera se extiende a lugares como Tamsui, una pintoresca ciudad costera donde pasé parte de mi estadía. Allí, las zonas peatonales son escasas, y el tráfico de vehículos y motos es intenso. Sin embargo, el caos aparente se resuelve con una cortesía innata: conductores y peatones se ceden el paso con naturalidad, convirtiendo lo que podría ser un riesgo en una demostración de civismo. Ver a niños pequeños caminando solos hacia la escuela, con mochilas al hombro y sin supervisión adulta constante, es una escena que contrasta fuertemente con nuestras realidades en América Latina. Aquí, la confianza social permite que la infancia transcurra con independencia y seguridad.
La modernidad de Taiwán se refleja en su infraestructura impecable. El transporte público ofrece múltiples opciones eficientes: trenes de alta velocidad, metros puntuales y autobuses que conectan incluso las áreas más remotas. La comida y la ropa son notablemente accesibles en precio, aunque la gastronomía marca una diferencia abismal con nuestros hábitos paraguayos. Olvídense de los asados jugosos, los panes caseros, el maíz en sus variadas formas o los lácteos frescos; en Taiwán predominan sabores intensos como el té, los dumplings al vapor, el stinky tofu (y si, huele muy apestoso!) y una explosión de especias en platos callejeros. Es una adaptación que requiere paladar abierto, pero que recompensa con autenticidad.
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Paraguay figura entre los pocos países que reconocen la soberanía de Taiwán, un posicionamiento que data de décadas y que genera debates intensos en la arena internacional. Esta alianza no es mera diplomacia: ha impulsado colaboraciones concretas. Taiwán ha invertido en Paraguay para mejorar infraestructuras y formar profesionales. Hoy, un hito es la construcción de la sede de la Universidad Taiwán-Paraguay, un proyecto ambicioso que forma ingenieros en ramas especializadas. Docentes taiwaneses de alto nivel viajan a nuestro país para capacitar a futuros expertos en áreas de alta demanda, elevando el estándar de la educación técnica y contribuyendo al desarrollo sostenible.
Taiwán no solo es un destino que vale la pena explorar por su contraste cultural y su paz palpable; es un espejo de cómo la educación y la honestidad pueden moldear una nación próspera y segura.
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