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Vaya tarea que tenemos hoy día como sociedad. Si en la antigüedad ya era difícil encontrar un hombre honesto, hoy día parece ser es imposible, más aun para cargos trascendentales, pero, en rigor de verdad, existen hombres, seres, honestos. Es cuestión de encontrarlos y, si fuere necesario, para ello deberíamos recurrir al candil.
Y viene la anécdota citada en relación al tema ya recurrente que hace a los hombres, seres, que son elegidos para conformar el Jurado de Enjuiciamiento de Magistrados. A los cuestionamientos realizados por sectores de la sociedad civil en particular a la falta de idoneidad, honradez y honestidad de quienes son finalmente electos para tan delicada función, componentes que, es de obviedad, muchos de quienes lo han conformado y conforman carecen en absoluto, de ahí los legítimos cuestionamientos.
En la antigua República romana, entre los requisitos para alcanzar los puestos de mayor trascendencia se encontraban la honradez y la honestidad. El de haber llevado una conducta intachable previa al ejercicio del cargo, conductas que debían mantenerse en todo momento. La honradez, conocida como «fides», consistía en ser fiable y mantener la palabra dada. Los romanos valoraban mucho la confianza, pues sabían que la estabilidad de su sociedad dependía de la fiabilidad de sus ciudadanos. La buena reputación era crucial especialmente en los asuntos públicos.
Se ha esgrimido ante las críticas, todas valederas, sobre el comportamiento de quienes han venido conformando el Jurado de Enjuiciamiento, la necesidad de reformar el funcionamiento del mismo al colmo de sugerir la elección popular de sus miembros. Esto último un disparate en mayúsculas.
En rigor de verdad, sacando a la clase política, que es la que pudre todo, no veo que una reforma legislativa sea tan necesaria y la que dé prestigio a ese órgano o, en su caso, asegure un comportamiento acorde al objetivo. No es cuestión regular o modificar todo. El exceso de regulación genera un sistema rígido, burocrático y de difícil aplicación, que pierde eficacia y adaptabilidad frente a las dinámicas sociales cambiantes, más aun cuando que existen ámbitos de la vida que requieren ser regulados por otras instancias, como la moral, las costumbres, la ética o la autorregulación. Además, puede transmitir a la ciudadanía una desconfianza en su capacidad de autocontrol y responsabilidad, generando dependencia y pasividad.
Para nombramientos trascendentales la cuestión pasa por los hombres, por el criterio de selección que entiendo es el más significativo y esto por cuanto que el acceso al servicio público solo debe lograrse por las puertas de la idoneidad, la capacidad y la honradez. O sea, más allá de los requisitos meramente formales que exige cada cargo, se deben aplicar otras normas que están vigentes. Nos referimos a los requisitos constitucionales de idoneidad, capacidad, honorabilidad y honradez.
Es importante que el Jurado definitivamente esté integrado por personas honorables, íntegras y ajenas a intereses políticos, a fin de garantizar la imparcialidad y objetividad. Es crucial que sean verdaderos “notables” de la sociedad, con un historial intachable con reconocido prestigio moral en base a su trayectoria, reconocida honestidad y probidad. Que estén libres de cualquier tipo de influencia o compromiso con el poder político, ajenos a la política partidista o gremial a fin de brindar certeza jurídica y evitar discrecionalidades. Todo funcionario debe contar con los méritos de capacidad, idoneidad y honradez.
No me cabe duda de que en nuestra sociedad existen esos hombres probos, honestos y honrados. Cuestión de ir con el candil y los vamos a encontrar.