Un calor de infierno

Ahora entiendo porqué el infierno está representado por el fuego. El sol ya no ilumina, quema. A tal punto el ser humano ha llevado su inconsciencia, su codicia, su irresponsabilidad, que hizo de su hábitat una parrilla para asarse a sí mismo. Está probado desde hace tiempo que la mano del hombre ha destruido, tal vez para siempre, el mundo que ha recibido de sus mayores y que nosotros vamos a dejarlo peor a la generación que viene.

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Cada día los noticieros nos muestran los efectos catastróficos del aumento de la temperatura. Entre sus principales causas los científicos mencionan la pérdida dramática de los bosques.

El Paraguay ha sido, hasta hace pocos años, un país conocido, admirado, requerido por la bondad de su clima gracias a la selva que se extendía por su territorio como una inmensa alfombra verde.

A finales de los años 60 y toda la década siguiente, me cupo la ocasión, junto con otros compañeros, de registrar para el diario ABC Color un acontecimiento, novedoso entonces: la ocupación masiva de colonos brasileños de las regiones fronterizas, principalmente Canindeyú.

El efecto inmediato fue que se levantaran modestas localidades como Puente Kyhá, Corpus Christi, Katueté, la Paloma, Salto del Guairá, y otras. Para darles sitio, habría que desbrozar la selva y construir las casitas de madera e iniciar la siembra. Si el empuje colonizador quedase solo en esto sería altamente beneficioso, pero se despertó la codicia y con ella la corrupción.

Mucha gente se acordará que a partir de Curuguaty –la única vía entonces para llegar a Salto del Guairá- era un túnel verde y tupido por donde habría que transitar sin ver el sol. Luego de una lluvia se esperaba varios días que la ruta de tierra roja se secase para seguir viaje. Como no entraba el sol, el agua no se evaporaba. Era difícil imaginarse entonces que toda la región pronto quedaría como una mesa de billar.

Con las primeras deforestaciones comenzaron a instalarse decenas de aserradores en territorio brasileño a lo largo de la línea seca. Eran aserradores insaciables como insaciables fueron los que tumbaban los bosques con las maderas más codiciadas para la confección de finos muebles.

El gobierno decretó prohibir la salida al Brasil de nuestras maderas. Se instalaron los puestos policiales y militares para detener, supuestamente, a los camiones. Fue la ocasión que esperaban los corruptos para llenarse los bolsillos. No hay como la prohibición para que prosperen los negocios turbios al amparo de los “controladores”.

El resultado de nuestros bosques masacrados tenemos a la vista. Fue la gran “contribución” paraguaya –y sigue siendo con las pocas selvas que han quedado- para el calentamiento global y este calor de infierno que estamos padeciendo.

Frente a esta realidad, nadie hace nada, salvo los plagueos como estos. ¿Qué hace el gobierno? Nada. ¿Qué hacen los productores? Muchos de ellos, extender su propiedad echando los pocos árboles que aún quedan como recuerdo de nuestra antigua riqueza.

Entiendo que no podemos tener un país con sus bosques como hace 50 ó 60 años. Es imposible. Las ciudades se expanden como la agricultura y la ganadería. El problema es que esta expansión es totalmente incontrolada e incontrolable. De nuevo la codicia insaciable nos conduce al deterioro constante del clima hasta llegar a la desesperación, como hoy. Desesperar es dejar de esperar. Y nada prometedor podemos aguardar ante la desidia del gobierno y la ambición desmedida de muchos productores.

Con los bosques se fueron también los arroyos y nos va quedando un país donde ya nada brilla sino un sol inclemente. Este infierno lo hemos buscado.

alcibiades@abc.com.py

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