Friedrich August von Hayek tenía razón: la fatal arrogancia

El persistente intento de este gobierno y de los anteriores de fijar el precio del pasaje del transporte público de pasajeros en el área metropolitana mediante la política de subsidios es la prueba de aquello que el filósofo y nobel de Economía, F.A. Hayek (Friedrich August von Hayek), afirmó como “fatal arrogancia” en su último libro.

El transporte público no ha mejorado en calidad. Ni el gobierno ni empresarios dan cuenta de los resultados obtenidos con los multimillonarios fondos, y todavía piensan en sentarse a “negociar” para mejorar los subsidios.
El transporte público no ha mejorado en calidad. Ni el gobierno ni empresarios dan cuenta de los resultados obtenidos con los multimillonarios fondos, y todavía piensan en sentarse a “negociar” para mejorar los subsidios.Gustavo Machado

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Aclaro antes lo siguiente: F. A. Hayek, el gran pensador vienés, se refería como “fatal arrogancia” al intento de construir la civilización mediante órdenes deliberadamente elaboradas y no mediante un conjunto de normas que fueron desarrollándose en un proceso de evolución, motivo por el cual la frase hayekiana además del tema que aquí desarrollaré también puede darse en otros ámbitos como la cultura.

Aclarado el contexto, a los efectos de este comentario periodístico el sentido es el mismo. Puesto que resulta una arrogancia fijar precios de pasajes cuando que ello solo puede darse mediante el intercambio de la oferta y la demanda en el ámbito de la cooperación social.

Al respecto, igualmente esa “fatal arrogancia” conlleva inexorablemente a la corrupción, en atención al problema que hoy tenemos con referencia al subsidio otorgado a los empresarios del transporte público. ¡Solo el año pasado se desembolsaron 33 millones de dólares por parte del gobierno (nosotros el pueblo) a los empresarios del sector y para colmo ocurre que hoy mismo todavía hay una deuda de más de 12 millones de la misma moneda!

También expresé la palabra persistente al comienzo de esta nota porque nuevamente el gobierno aplica la fórmula fracasada en todo tiempo y lugar. Y arrogancia porque tratar de fijar el precio del pasaje de manera coercitiva mediante una ley o decreto es lo más parecido a lo que el socialismo intentó realizar durante setenta años en la ex Unión Soviética, o lo que actualmente en Cuba y en Venezuela se hace, pese al tremendo fracaso que conlleva este tipo de política.

Soberbia gubernamental

La soberbia gubernamental llega al límite de toda tolerancia. Los burócratas y políticos no pretenden eliminar un subsidio que crea todo un esquema de corrupción e ineficiencia donde sale perdiendo el usuario y ganan algunos empresarios de este sector, ligados a intereses que distan mucho de ser el del bien común.

Esta política de subsidio creó y elevó a un grado intolerable la conformación de una rosca dependiente del dinero público. El subsidio no se hace con la intención de bajar el precio, tal como algunos pretenden hacernos creer y que el gobierno actual pretende continuar como si nada estuviera pasando.

Establecer el precio del pasaje mediante un subsidio es lo más parecido a una trampa, trampa contra los bolsillos de la gente para de ese modo seguir cargando sobre los usuarios la calamidad de un transporte público que no sirve a la gente sino que se sirve de ella.

Otra más del intervencionismo

El subsidio, como toda política intervencionista propia del estatismo que no deja ver los beneficios del libre mercado, no hace más que distorsionar los mecanismos de mercado que se transmiten por medio de los precios.

En efecto, si hay una lección que hasta los mismos socialistas más ortodoxos han comprendido luego de sus continuos fracasos de querer terminar con el mercado libre, esa lección se denomina las señales de los precios que permiten crear e intercambiar bienes y servicios de calidad en la sociedad.

El servicio del transporte público no es diferente a otros, como el servicio que hace un zapatero, un enfermero, un albañil o el servicio de entrega de pizzas o hamburguesas.

Todos estos servicios no tienen otra intención que obtener un beneficio en dinero, de modo a capitalizar continuamente el negocio. En el transporte público no hay razón alguna que impida funcionar el mercado libre mediante un sistema de regulaciones de control de calidad, frecuencias e inspecciones de los vehículos.

El transporte público es un buen negocio, se gana buen dinero, pero se tiene que dar un buen servicio, al igual que los fabricantes de pizzas o hamburguesas que continuamente compiten por conseguir clientes satisfechos, o ¿acaso a los transportistas hay que tratarlos como privilegiados?

Los precios envían señales

No hay necesidad de ser una persona demasiado formada en ciertos temas como la economía, para saber que los precios envían señales. Son los que surgen de la interacción entre oferentes y demandantes, entre los que compran y venden, entre los que ofrecen un servicio y los que desean contar con el mismo.

Por supuesto, los únicos que no saben y otros más relegan las señales de los precios son los mismos que se aprovechan de los demás para enriquecerse con el trabajo de su prójimo. Sobre esto último sabemos y mucho en nuestro país.

Para explicarlo vamos a apelar a los mecanismos de los precios para aplicarlo en el servicio del transporte público. Así como va creciendo el parque automotor en el Paraguay y la cada vez más cantidad de usuarios que necesitan movilizarse diariamente, el mercado está emitiendo una señal positiva para que nuevos oferentes o empresarios ofrezcan este servicio.

Especialmente en el área metropolitana existe una demanda insatisfecha no solo con los precios sino también con los servicios. Pero para que esta demanda (los usuarios) pueda ser satisfecha se requiere de un mercado libre, las ganancias o pérdidas de los empresarios por el servicio que ofrecen deben estar supeditadas a la sentencia diaria de cada pasajero. Si hay algo que al parecer todavía no se ha comprendido del todo es que ese mercado en el que se compite por un servicio determinado no puede estar cerrado o expuesto a la continua intervención del gobierno, ya sea fijando un precio, dando subsidios a algunos o protegiendo a los más poderosos.

Todas estas intervenciones no solo son ineficientes sino que conllevan una fuerte dosis de corrupción, por el alto grado de participación que tienen los políticos en sacar una buena tajada del dinero público al que tienen disposición, repartiéndolo entre los demás comensales, los malos empresarios.

Corrupción y mal gasto

Se habla mucho de corrupción y mal gasto. Pues en eso estamos. Cuando se obtiene a discreción un dinero que no tiene control de calidad ni de verificación en sus resultados, nos encontramos con el más poderoso incentivo para que ese dinero continúe dilapidándose, como en efecto sucede hoy día. Hasta ahora los gobiernos no han hecho más que consolidar un sistema de transporte sin control alguno o donde el queso es cuidado por el mismo ratón.

Esto nadie lo puede negar. El hecho de que algunos intenten seguir confundiendo diciendo que no es un dinero que va para los empresarios del transporte sino que va para bajar el precio del pasaje será algo que solo la arrogancia puede explicar.

El transporte público no ha mejorado en calidad; los vehículos se caen a pedazos, ni el gobierno ni los empresarios dan cuenta de los resultados obtenidos con las multimillonarias partidas de dinero, y todavía piensan en sentarse a “negociar” para mejorar los subsidios. Continúa la arrogancia y, como también decía F. A. Hayek, es fatal.

Subsidio

Esa “fatal arrogancia” conlleva inexorablemente a la corrupción, en atención al problema que hoy tenemos con referencia al subsidio otorgado al sector transporte.

Rosca

Esta política de subsidio originó y elevó a un grado intolerable la conformación de una rosca dependiente del dinero público.

(*) Catedrático de materias jurídicas y económicas. Autor de los libros “Gobierno, justicia y libre mercado”; “Cartas sobre el liberalismo”; “La acreditación universitaria en Paraguay, sus defectos y virtudes” y otros como el recientemente publicado “Ensayos sobre la Libertad y la República”.

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