Sin duda, el Paraguay tendría que ser el socio más interesado en la renegociación del lesivo Anexo C del Tratado de Itaipú; el Brasil no tiene por qué apurarse al respecto, pues las reglas del juego vigentes le favorecen tanto que desearía seguir sacándoles provecho durante el mayor tiempo que sea posible. Sin embargo, el presidente Santiago Peña reiteró hace un par de días que lo prioritario es que el socio dé explicaciones sobre el espionaje practicado por una agencia de dicho país, desde marzo de 2022, bajo la presidencia de Jair Bolsonaro, hasta principios del actual Gobierno de Lula da Silva, para obtener datos sobre la postura paraguaya en torno a las tarifas de Itaipú Binacional, entre otras cosas. En opinión del jefe de Estado paraguayo, antes de reiniciar las conversaciones, paralizadas desde abril de este año, debería aclararse dicho episodio, porque “no podemos poner en riesgo la soberanía” de nuestro país.
En realidad, como lo dijo él mismo, el actual Gobierno brasileño ya reconoció lo ocurrido, de modo que puede presumirse que lo que se pretendería ahora es que pida perdón, presentando un informe oficial, como lo habría prometido Luiz Inácio da Silva en julio último, cuando se supo que este ya había dado por “cerrado” el capítulo. Resulta así que la rabieta de su colega paraguayo no tiene ningún sentido, aparte, quizá, de pretender exhibir un patriotismo que debería demostrarse más bien en las negociaciones aún suspendidas por decisión suya. El impasse solo favorece al Brasil, razón más que suficiente para que su Gobierno rehúse arrodillarse ante el paraguayo, que invoca una soberanía que, por cierto, resulta afectada en forma permanente por las cláusulas del Anexo C. ¿Por qué debería apurarse el socio en reanudar el diálogo si así como están las cosas le va muy bien a costa nuestra?
El enfado de Santiago Peña le cuesta muy caro al país, suponiendo que sea auténtico y no una mera puesta en escena, porque da la impresión de que al Gobierno paraguayo le tiene sin cuidado que el Brasil se siga beneficiando ampliamente con la situación actual. Esa inmensa riqueza, que el Paraguay le cede al Brasil por chauchas y palitos, debería quedarse en nuestro país. Así como están las cosas, el socio se queda cada año con entre 15 y 20 millones de MWh de energía, a un precio ínfimo, muy lejos de su valor real. Como hay mucho dinero en juego, no es descabellado suponer que exista alguna componenda lucrativa con la parte brasileña, para prolongar el statu quo que tanto le beneficia. El patriotismo se demuestra exigiendo precios justos por nuestra energía hidroeléctrica, antes que unas vanas disculpas.
El infantilismo de Santiago Peña perjudica al país y beneficia al vecino. Para peor, busca así dar la impresión de ser un patriota con todas las letras, relegando el auténtico interés nacional de que el Paraguay reciba lo que le corresponde. Liberarle de su actual atadura será un acto de patriotismo mucho más encomiable que reclamar un gesto inútil, que no servirá para que, entre otras necesidades urgentes, los alumnos y los enfermos sean mejor atendidos. La llamativa terquedad del jefe de Estado no le hace bien al Paraguay.
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De hecho, ya desde 1973, la sociedad ha venido demandando la renegociación del Anexo C. Es francamente inadmisible que el propio Gobierno nacional la sabotee ahora, invocando lo que parece más bien un pretexto que hace presumir intenciones bastardas: solo se buscaría engañar a la población so capa de patriotismo, de modo que es preciso insistir en que se reanuden las conversaciones para que el Paraguay recupere su derecho conculcado por tanto tiempo. El Gobierno brasileño ya explicó lo acontecido, de modo que ahora habrá que ir a lo que en verdad importa, o sea, a la renegociación que el Gobierno paraguayo está impidiendo contra los intereses del país. Claro que es reprochable el espionaje perpetrado, y aún más, se puede seguir reclamando cumplidas explicaciones. Pero importa mucho más volver a ocuparse cuanto antes del Anexo C, sin ponerse a esperar el informe que se habría prometido. Lo reclaman el buen sentido y el patriotismo de verdad, en tanto que el show montado por el Gobierno de Santiago Peña parece ser una engañifa para incautos.
Entre las prioridades paraguayas no figura el informe prometido sobre el espionaje en cuestión, cuya demora el ministro de Industria y Comercio, Javier Giménez, atribuye a un conflicto interno brasileño, pues también habrían sido espiados altos personajes del país vecino. Es inútil, por tanto, esperar que ese conflicto sea resuelto para recién luego reanudar las negociaciones que conduzcan a modificar o eliminar unas cláusulas que convierten al Paraguay en un convidado de piedra en la entidad binacional. Lo prioritario es acabar con las iniquidades pactadas en mala hora por el estronismo, para lo cual se requieren honestidad, idoneidad y patriotismo de verdad. Las ridículas poses “para la exportación” están de más.