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El mes de marzo comenzó con la recordación del Día de los Héroes, un año más de la muerte del Mariscal López que ponía fin a una cruenta guerra; sin embargo, los tiempos difíciles que como sociedad está viviendo la gente ante el avasallamiento del poder político por sobre los derechos fundamentales de los ciudadanos, nos dicen que los verdaderos héroes de la patria contemporánea son los paraguayos y paraguayas que deben padecer y soportar las precariedades de un sistema de salud colapsado, una justicia vendida a la mafia, unos políticos alquilados, una educación que no supera el umbral mínimo de desarrollo y unas instituciones infestadas de corrupción.
El 20 de febrero pasado, el presidente Santiago Peña acompañado de la ministra de Salud, María Teresa Barán, y un séquito de adulones, inauguraba con bombos y platillos el sector de terapia intensiva en el Hospital Regional de Villarrica. Todo parecía puesto a punto para satisfacer las necesidades básicas de contar con un sistema de salud pública digno, gratuito y accesible.
Sin embargo, seis días después de la inauguración, un niño recién nacido en dicho hospital necesitó esa cama de terapia intensiva que Santiago Peña le había prometido y no la encontró. “El servicio permitirá atender a recién nacidos en estado crítico, evitando traslados a otras regiones y fortaleciendo la atención materno infantil” rezaba justamente la promesa que públicamente expresaba la página oficial del Ministerio de Salud sobre la unidad recién habilitada.
Los padres del recién nacido recibieron la triste noticia de que la unidad de cuidados intensivos “no contaba con los equipos necesarios”, por lo que el pequeño tuvo que aguardar el milagro de una cama disponible en la capital. Recién alrededor de las 20:30 recibieron la noticia de disponibilidad en el Hospital Materno Infantil de Trinidad, pero tuvieron que esperar casi 2 horas por una ambulancia que los traslade. Lamentablemente, como consecuencia de esta desidia criminal y promesas vacías, el recién nacido falleció, y con esta tragedia, fuimos testigos de que las promesas del Presidente y su equipo son simplemente un montaje que luego de los flashes y los lindos comunicados se diluye, se desmonta, desaparece. Así como desapareció la promesa de “estar mejor”. O por lo menos de que otros, fuera del círculo de poder, estén también mejor.
Pero como la vara siempre se rompe por el más débil, el primer destituido tras la tragedia que enlutó al país fue el director del Hospital Regional de Villarrica. La ministra de Salud, quien también posó en la inauguración de la unidad de cuidados intensivos junto al presidente Peña, anunció a través de las redes sociales que resolvió apartar del cargo al director del hospital de Villarrica e iniciar una investigación del caso. Así también, anunció que fueron relevados de sus cargos el viceministro de Atención Integral a la Salud y el director general de Redes y Servicios. La ministra expresó, menos mal, que “nada es más doloroso que la pérdida de un hijo”. Es verdad, pero de no ser por las promesas incumplidas y el engaño a la ciudadanía con la inauguración de una terapia que luego fue desmantelada, ese niño recién nacido hubiera contado con los cuidados necesarios para sobrevivir a una contingencia, que en condiciones de cuidados correctos, es solucionable.
Pero los problemas de salud se reproducen en una cadena de nunca acabar. Ayer mismo, una mujer de 28 años llegó hasta el Hospital Materno-Infantil de Coronel Oviedo para tener a su hijo, pero según denunció su pareja, hubo mucha demora para la atención, además de comprar hasta la bata para el médico, con el resultado de tener que lamentar la muerte de la criatura.
Al mismo tiempo, ayer también se produjo el derrumbe del techo del puesto de salud de Hugua Po’i, Yaguarón, un lugar donde se atendía al menos a 500 personas, según una autoridad de la zona, dejando ver el verdadero rostro de la situación de salud de nuestro país.
Hoy no estamos en medio de una guerra contra tres naciones, estamos en una guerra contra la corrupción y el politiquerismo. Ya no nos quieren arrebatar nuestras tierras, nos quieren arrebatar nuestros sueños de un Paraguay con igualdad de oportunidades y acceso a derechos humanos básicos. No utilizan fusiles, sables, lanzas y cañones, utilizan el sometimiento de la justicia al poder político para generar impunidad, promesas vacías para lavar la cara de un Gobierno corroído por la indolencia hacia los más desfavorecidos, ampliando la brecha de la pobreza y la pobreza extrema, y desplazando a “guapitos” meritorios por “nepobabies” sin formación.
El pueblo no necesita “morir por la patria” como lo hizo el Mariscal López hace 155 años. El pueblo quiere “vivir en su patria”, no recurrir a la migración forzada buscando mejor porvenir, vivir en una patria donde realmente “todos estén mejor” y donde los que gobiernan lo hagan para el pueblo y no para sí mismos. El pueblo no quiere “sobrevivir” a la inflación, comiendo como puede, y si puede, mientras en el Gobierno celebran banquetes; no quiere sobrevivir a la miseria, sin medicamentos y sin camas de terapia intensiva, y muchas veces ni siquiera sobrevivir, sino terminar desfalleciendo a causa de la corrupción.
Hoy, 155 años después de Cerro Corá, podemos decir que los verdaderos héroes de la patria son los ciudadanos paraguayos que deben combatir día tras día al villano que sostiene el fusil de la corrupción, la narcopolítica, el clientelismo y el abandono.