Entre colinas cubiertas de un verde inagotable y senderos de tierra roja que se pierden en la niebla, el llamado Camino del Té de Sri Lanka se consolida como una de las rutas más singulares del turismo rural y cultural del sur de Asia.

No es solo un itinerario paisajístico por plantaciones centenarias: es, también, una puerta de entrada a la memoria colonial, a la realidad de las comunidades tamiles que han sostenido durante generaciones la industria del té y a nuevas formas de viaje más conscientes y sostenibles.
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Un legado que se bebe: de Ceilán a la taza del mundo
La historia moderna del té en Sri Lanka arranca oficialmente en 1867, cuando el escocés James Taylor implantó las primeras hectáreas en Loolecondera, en las afueras de Kandy, tras el declive del café por una plaga.

Desde entonces, la marca “Ceylon Tea” —sinónimo de aromas cítricos y notas brillantes— se convirtió en un sello global. Hoy, el té sigue siendo uno de los pilares de la economía del país, con cientos de miles de personas dependientes directa o indirectamente del cultivo, la manufactura y la exportación.
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En el centro montañoso (Hill Country), entre 1.200 y 2.000 metros de altitud, el clima fresco y la alternancia de monzones crean un mosaico de “estates” con identidades propias: Nuwara Eliya, a menudo apodada la “Pequeña Inglaterra” por su arquitectura y brumas; Kandy, con su museo del té y fábricas históricas abiertas a la visita; Hatton y sus bungalows coloniales; Ella y Haputale, balcones naturales sobre valles profundos y cascadas.
La experiencia no es únicamente sensorial: cada fábrica, cada sala de enrollado y secado, revela un proceso artesanal que aún convive con la mecanización.
La ruta y sus ritmos: trenes azules, miradores y casas de té
Para muchos viajeros, el viaje comienza sobre raíles. El trayecto ferroviario entre Kandy, Nuwara Eliya (Nanu Oya), Haputale y Ella, con sus legendarios vagones azules, es una de las postales más reconocibles de Sri Lanka.

A baja velocidad, al ritmo del traqueteo, se encadenan terrazas de té, pasos elevados y túneles, mientras vendedores ambulantes ofrecen samosas y vadai recién hechos.
En tierra, el Camino del Té es una red más que una línea. Algunos tramos señalizados permiten caminar entre arbustos recortados y sombreados por árboles plateados, con paradas en fábricas que explican la clasificación de las hojas —desde el delicado “orange pekoe” hasta los grados más rústicos— y catas guiadas.
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Miradores como Lipton’s Seat, cerca de Dambatenne, ofrecen amaneceres sobre un océano de colinas; en otras zonas, como Pedro Tea Estate, se organizan recorridos cortos con guías locales que introducen al visitante en la botánica del Camellia sinensis y en la práctica del plucking, la recolección manual de brotes.

El alojamiento ha evolucionado con el interés por el turismo rural. Al clásico bungalow colonial —renovado con chimeneas, jardines y servicio de té de la tarde— se han sumado pequeñas casas de huéspedes gestionadas por familias, donde el desayuno se sirve con idiyappam y dhal, y no es raro terminar la noche con una lección improvisada de cocina o danza.
En algunas fincas, se promueven estancias de voluntariado y talleres de tostado y maridaje, una apuesta por alargar la visita y repartir mejor los beneficios.
Cuándo ir y cómo planificar

- Mejor época: el Hill Country mantiene temperaturas suaves todo el año (15–24 °C), pero las vistas son más limpias entre diciembre y marzo en las laderas occidentales (Kandy, Nuwara Eliya, Hatton) y entre agosto y octubre en las orientales (Ella, Haputale), fuera de los picos de monzón.
- Transporte: el tren es escénico y económico, pero las plazas en clases con reserva se agotan con antelación. Para flexibilidad, los tuk-tuks y transfers privados facilitan moverse entre fincas y miradores.
- Visitas a fábricas: muchas ofrecen recorridos de 30–60 minutos con cata. Conviene verificar horarios en temporada alta y vestir calzado cerrado para zonas de producción.
- Salud y seguridad: el sol de altura puede engañar; protector solar, agua y capas para niebla o lluvia son indispensables. Algunos senderos son resbaladizos tras precipitaciones.
Más allá de la taza: cultura y patrimonio
El Camino del Té se entrelaza con sitios culturales cercanos: el Templo del Diente en Kandy, la Reserva de Horton Plains con su World’s End, o las cascadas de Diyaluma y Ramboda.

El Museo del Té de Kandy relata la evolución tecnológica y comercial de la industria, mientras que en bungalows históricos se conservan libros de registro, fotografías y utensilios de época que ayudan a contextualizar el ciclo del té dentro de la historia colonial y poscolonial del país.

Gastronómicamente, se multiplican las propuestas: menús de degustación que maridan tés de altura con currys suaves, panes locales y postres de jaggery; y experiencias de “tea mixology” que exploran infusiones frías con especias de las Tierras Bajas.
En mercados como el de Ella, pequeños productores ofrecen tés artesanales y especias, complemento natural de una ruta donde el origen y la trazabilidad importan.
