Fez, la segunda ciudad más grande de Marruecos, es mucho más que un centro urbano: es un museo vivo. Fundada en el siglo VIII y considerada una de las capitales culturales del mundo islámico, esta ciudad sigue envuelta en una atmósfera medieval que fascina a quien se adentra en sus callejuelas.
Pasear por sus barrios antiguos es perder la noción del tiempo y entregarse a un viaje a siglos pasados donde la tradición no ha cedido ante la modernidad.
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Un laberinto del pasado: la medina de Fez el-Bali
El alma de la ciudad es la medina de Fez el-Bali, declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Con más de 9.000 callejones sinuosos, este laberinto peatonal parece haberse congelado en el tiempo.
Aquí se alzan madrasas decoradas con estuco, fuentes centenarias y zocos vibrantes que funcionan con la misma lógica de hace siglos. No hay coches, solo burros, comerciantes y peregrinos.
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Curtidurías de Chouwara: un arte milenario al aire libre
Pocas experiencias visuales son tan impactantes como las curtidoras de Fez. En Chouwara, los artesanos trabajan el cuero como se hacía hace mil años: sumergiendo las pieles en tinas multicolores, lavándolas con cal y excremento de paloma, y tiñéndolas con pigmentos naturales.

El espectáculo es tan brutal como fascinante, y resume el alma artesanal de la ciudad.
La cuna del conocimiento islámico
Fez también es una ciudad de sabios. En el año 859 de nuestra era se fundó aquí la Universidad de al-Qarawiyyin, la más antigua del mundo aún en funcionamiento, según la UNESCO.

Este centro de enseñanza fue clave en la transmisión del saber entre Oriente y Occidente, y aún hoy conserva su prestigio.
Muy cerca, la biblioteca homónima resguarda manuscritos medievales, restaurados con mimo, y abre sus puertas al público como símbolo de una tradición intelectual vibrante.
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Joyas arquitectónicas con alma espiritual
La espiritualidad está inscrita en los muros de Fez. La mezquita de los Andaluces, erigida en el siglo IX, fusiona influencias del norte de África y la península ibérica.

En la Madrasa Bou Inania, una de las pocas abiertas a no musulmanes, la geometría islámica se despliega en cada rincón, con azulejos esmeralda y celosías de madera tallada que parecen tejidos.
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Sabores que cuentan historias
La cocina de Fez es una sinfonía de herencias bereberes, árabes y judías. Platos como la b’stilla —un hojaldre relleno de carne especiada y almendras— o el tajine de cordero con ciruelas hablan de siglos de mestizaje gastronómico.

En los mercados, los dulces como los makrouts y la seffa, acompañados de té verde a la menta, son un ritual cotidiano.
Fez no intenta modernizarse a toda costa, y ahí reside su fuerza. Más que una ciudad, es una experiencia inmersiva. Quien la visita no solo observa la historia: la vive, la huele, la prueba. Y es esa autenticidad intacta lo que la convierte en un destino único.