Hay lugares que parecen detenidos en el tiempo, donde cada rincón susurra historias del pasado. Villa de Leyva, en el departamento de Boyacá, es uno de ellos.

Fundado en 1572, este pequeño pueblo andino conserva intacto su encanto colonial, como si el reloj se hubiese detenido en plena época virreinal.

El primer paso sobre sus calles adoquinadas ya es una declaración de intenciones: aquí se viene a caminar despacio, a mirar con calma, a dejarse envolver por las fachadas blancas, los techos de teja y los portones de madera que guardan siglos de historia.

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La Plaza Mayor, una de las más grandes de América Latina, es el corazón de esta postal viviente.

Alrededor, se alzan la Iglesia Parroquial, museos, tiendas de artesanía y cafés donde el tiempo se mide en sorbos.
Desde la prehistoria
Pero Villa de Leyva no es solo arquitectura detenida en la historia. Es también cultura viva. A lo largo del año, el pueblo cobra nueva vida con festivales como el del Viento y las Cometas —un espectáculo de colores en el cielo de agosto— o el Festival Astronómico, que recuerda que esta tierra fue sagrada para los Muiscas, atentos observadores del cosmos.

La historia late también en sus museos. La Casa Museo Antonio Nariño rinde homenaje a uno de los próceres de la independencia colombiana, mientras que El Fósil, un yacimiento paleontológico a pocos minutos del centro, alberga los restos de un gigantesco pliosaurio que habitó estas aguas prehistóricas. Para los más curiosos, es un viaje aún más atrás en el tiempo.

Y si la historia y la cultura llenan el alma, la naturaleza se encarga del resto. Muy cerca del pueblo, el Parque Nacional de Iguaque ofrece senderos que conducen a lagunas sagradas envueltas en leyendas ancestrales. En contraste, el desierto de La Candelaria, con su geografía árida y esculturas de piedra, parece salido de otro mundo. Y entre ambos paisajes, los Pozos Azules tiñen el entorno con un azul imposible que hipnotiza.
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La experiencia se completa con los sabores locales. En cada esquina hay una tentación: un ajiaco humeante, una arepa recién hecha, un postre con sabores del altiplano. La gastronomía boyacense, sencilla y sabrosa, es el broche perfecto para un viaje sensorial.

Villa de Leyva no se recorre, se habita. Es un lugar donde la historia no se estudia, se vive. Un rincón de Colombia que invita a mirar atrás sin nostalgia, con la certeza de que hay mucho por descubrir en cada piedra, en cada plaza, en cada plato. Una joya colonial que, más que un destino, es una experiencia.