Es en el fondo no programable, magmático, de una mente sin transparencia posible donde surgen los milagros y los errores, escribe Montserrat Álvarez en esta breve columna que recrea nuestra antigua fascinación por los autómatas y se burla de los programas de «inteligencia artificial».
Rebelde a la postura de su maestro Platón, que acusaba a los poetas de ser, a la inversa de los filósofos, amigos de la mentira y enemigos de la verdad, Aristóteles dice, en el noveno capítulo de su Poética, cuán filosófica a su criterio es la poesía:
La Modernidad inaugura una era de confusión ontológica, sostiene la filósofa Montserrat Álvarez en este artículo.
Aunque la estética en el sentido contemporáneo, es decir, no como un tema –la reflexión filosófica sobre el arte y la belleza se remonta en Occidente a la Antigüedad– sino como una disciplina autónoma dentro del quehacer filosófico, es de aparición tardía (se suele datar con Baumgarten, ya en 1742, cuando dicta sus lecciones de estética, ya en 1750, cuando publica su Aesthetica), yo diría que su existencia, de una manera tácita y larvada, es tan antigua al menos como las cavernas pintadas del Paleolítico superior.
La mitología griega sirve como excusa a la escritora María Eugenia Garay para contar una historia en versos, en la cual la valiente protagonista —a diferencia del mito— se rebela ante su destino, rompe sus cadenas y, como el Ave Fénix, resurge de sus cenizas y emprende el vuelo.