La ley electoral intentó inútilmente establecer períodos dedicados al proselitismo y períodos de veda del mismo en cuanto se refiere a las campañas electorales de los partidos, movimientos o candidaturas personales con miras a elecciones posteriores. De esta manera la ley pretendió preservar la tranquilidad de la población frente a la polución sonora y visual de la propaganda política y electoral y permitir en cambio, en homenaje a la libertad y la democracia, momentos de máxima exposición de la oferta electoral en los cuales, hasta si se quiere, se produce una agresión innecesaria a la sociedad.
Para aquellos que dicen que esta época electoral es de lo más molestosa por el barullo que generan los grupos políticos y la polución visual de cada uno de los candidatos que se esmeran por la mejor sonrisa y el puño cerrado más fuerte, se les responde que momentos como este ya no se tendrán después de las elecciones.