La expresión “hipersexualidad secundaria” se usa para describir un aumento inusual, persistente y difícil de controlar del impulso o la conducta sexual que no surge “de la nada”, sino como consecuencia de otra causa identificable: un tratamiento farmacológico, una condición neurológica o un trastorno psiquiátrico.
No es un juicio moral ni un diagnóstico autónomo; es un rótulo clínico que orienta a buscar el origen y ajustar la intervención.
No es “adicción al sexo”: el marco clínico actual
La hipersexualidad no aparece como diagnóstico independiente en el DSM-5. En la Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE-11) de la OMS, el cuadro más próximo es el “trastorno de comportamiento sexual compulsivo”, ubicado entre los trastornos del control de impulsos.
Hablar de hipersexualidad “secundaria” enfatiza que el síntoma es reactivo a otro factor y, por tanto, potencialmente reversible al tratar la causa subyacente.
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Cuando el desencadenante está en el pastillero
Algunos fármacos, especialmente los que modulan la dopamina, pueden alterar el control de impulsos. En la enfermedad de Parkinson, los agonistas dopaminérgicos y, en menor medida, la levodopa se han vinculado a conductas como juego patológico, compras compulsivas e hipersexualidad.
Agencias regulatorias han exigido advertencias sobre estos efectos, que suelen ceder al ajustar dosis o cambiar de esquema.

Otro caso conocido es el aripiprazol, un antipsicótico con actividad parcial dopaminérgica. Autoridades sanitarias han emitido alertas por casos de conductas impulsivas, incluida hipersexualidad, en algunos pacientes.
El fenómeno también puede presentarse, aunque con menor frecuencia, con otros psicofármacos que precipitan virajes maníacos o desinhibición.
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Los esteroides sistémicos y los tratamientos androgénicos pueden incrementar el deseo sexual, y en contextos predisponentes disparar conductas de riesgo.
Estimulantes como anfetaminas y cocaína, se asocian a desinhibición y búsqueda compulsiva de gratificación. En paralelo, fármacos que suelen reducir la libido, como algunos antidepresivos, en un pequeño grupo pueden provocar síntomas opuestos al inducir hipomanía en personas vulnerables.
Cerebro, conducta y control de impulsos
La hipersexualidad secundaria también puede ser un signo neurológico. Lesiones del lóbulo frontal, del circuito orbitofrontal o de vías frontotemporales —por traumatismo, accidente cerebrovascular o tumores— afectan el juicio y la inhibición.

En la demencia frontotemporal, por ejemplo, la desinhibición social y sexual puede ser temprana y llamativa.
En psiquiatría, los episodios maníacos o hipomaníacos del trastorno bipolar suelen incluir aumento del deseo sexual y conductas de riesgo.
Algunos trastornos del neurodesarrollo con impulsividad marcada, así como ciertas epilepsias del lóbulo temporal, pueden cursar con cambios en conducta sexual.
Trastornos endocrinos como hipertiroidismo o síndrome de Cushing, y estados de abstinencia o intoxicación por sustancias, son otros disparadores posibles.
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Cómo se evalúa: más allá del síntoma
El punto de partida es una historia clínica completa que indague inicio del cambio, temporalidad con fármacos nuevos o ajustes de dosis, antecedentes neurológicos y psiquiátricos, consumo de sustancias y contexto psicosocial.
La exploración neurológica y, si hay signos focales o deterioro cognitivo, estudios de neuroimagen pueden ser clave. También se valoran riesgos: exposición a infecciones de transmisión sexual, gastos compulsivos, conflictos legales, coerción o daño a terceros.
No existe una “prueba de hipersexualidad”. La evaluación es clínica y, cuando corresponde, interdisciplinaria entre neurología, psiquiatría, medicina interna y salud sexual.
Qué se puede hacer
Cuando el síntoma es secundario a medicación, la intervención más eficaz suele ser ajustar dosis, cambiar de fármaco o espaciar tomas, siempre bajo control médico.
En Parkinson, por ejemplo, la reducción gradual de agonistas dopaminérgicos puede mitigar el problema, aunque exige equilibrar la función motora.
Si el origen es un episodio maníaco, el tratamiento del ánimo con estabilizadores y antipsicóticos es la prioridad. En demencias o lesiones frontales, estrategias conductuales, supervisión y apoyos al cuidador cobran protagonismo.
La psicoterapia —en particular, enfoques cognitivo-conductuales— ayuda a identificar disparadores, construir estrategias de autorregulación y reducir daño. La educación sexual con perspectiva de derechos, el cribado y tratamiento de ITS, y, cuando es pertinente, el acompañamiento de la pareja o la familia, suman capas de protección.
En casos seleccionados, fármacos que modulan impulso y ansiedad pueden apoyar, pero no sustituyen el abordaje de la causa.
Impacto social y legal: desestigmatizar sin minimizar
Rotular la conducta como “secundaria” no diluye responsabilidades, pero sí orienta la respuesta: la persona puede estar actuando bajo efectos previsibles de un tratamiento o de una enfermedad neurológica.
Eso obliga a equipos de salud a anticipar y advertir estos riesgos, y a entornos familiares y laborales a reconocer que no se trata de “falta de carácter”. Al mismo tiempo, los límites legales y éticos —consentimiento, privacidad, protección de menores— no se suspenden; si hay peligro inminente para la persona o terceros, corresponde activar recursos de urgencia.
Señales de alerta y cuándo pedir ayuda
Buscar asistencia profesional es recomendable si el aumento del impulso sexual es abrupto, coincide con cambios de medicación, se acompaña de euforia, disminución de la necesidad de dormir o grandiosidad, o aparece junto a desinhibición social, irritabilidad o deterioro cognitivo.
También si hay gastos descontrolados, conductas de riesgo o dificultades para respetar el consentimiento. Ante ideas de autolesión, violencia o riesgo a menores, la urgencia es inmediata.
Lo esencial
La hipersexualidad secundaria no es una etiqueta moral. Es una pista clínica que invita a preguntarse “qué está detrás” y a intervenir allí: revisar fármacos, tratar episodios afectivos, evaluar el cerebro, reducir daños y sostener a la persona y su entorno.
Nombrarla con precisión ayuda a desestigmatizar y, sobre todo, a orientar soluciones.
