La endometriosis es una enfermedad crónica que afecta a millones de mujeres en edad reproductiva.
Más allá del dolor pélvico y los ciclos menstruales incapacitantes, existe una dimensión menos visible pero profundamente determinante: su impacto en la sexualidad y en la vida de pareja.

El tabú en torno al dolor durante las relaciones, la falta de diagnóstico temprano y la escasa formación sanitaria sobre salud sexual perpetúan un sufrimiento que se vive, con demasiada frecuencia, en silencio.
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Una enfermedad frecuente, un diagnóstico tardío
La Organización Mundial de la Salud estima que alrededor de 1 de cada 10 mujeres en edad fértil tiene endometriosis.
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Aun así, el diagnóstico suele demorarse entre 7 y 10 años desde el inicio de los síntomas, según múltiples estudios internacionales. En ese periodo, no es raro que el dolor durante la penetración —conocido como dispareunia— se normalice o se atribuya a “nervios” o “falta de deseo”, empujando el problema a la intimidad y dejando a la paciente sin respuestas.

La endometriosis se caracteriza por la presencia de tejido similar al endometrial fuera del útero, lo que genera inflamación crónica, adherencias y lesiones que pueden afectar ovarios, trompas, intestino o vejiga.
Estas alteraciones no solo explican el dolor menstrual, sino también el dolor pélvico profundo durante o después del coito, la fatiga y la sensación de presión pélvica.
Cuando el dolor reescribe el deseo
El dolor no solo irrumpe en el acto sexual; lo antecede y lo sucede. Muchas pacientes reportan miedo anticipatorio, reducción del deseo, dificultades para la excitación y problemas para alcanzar el orgasmo.
La dinámica de pareja se resiente: se evitan encuentros por temor a la intensidad del dolor, se instala la culpa o la incomprensión y, en ocasiones, la relación sexual se limita a un guion que no contempla alternativas.
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A esto se suma el peso cultural que equipara la sexualidad “plena” con la penetración vaginal, invisibilizando otras prácticas placenteras y seguras. El resultado es un doble silenciamiento: el del dolor y el del derecho a redefinir la intimidad.
La consulta que no llega (o llega tarde)
El abordaje del dolor sexual en la consulta sigue siendo irregular. Pocas veces se pregunta de forma proactiva por la dispareunia o la satisfacción sexual, y no siempre se ofrece una ruta de atención integral.
Los testimonios de pacientes coinciden en dos barreras: la normalización del dolor y la fragmentación del sistema, que deriva a especialistas sin una coordinación real entre ginecología, urología, digestivo, fisioterapia de suelo pélvico y salud mental.
En países como España y en diversos sistemas de salud de América Latina, los avances en unidades especializadas conviven con listas de espera y desigualdades territoriales. Para muchas, el acceso a fisioterapia de suelo pélvico, terapia sexual o psicoterapia depende de recursos privados.
El impacto en la salud mental y la pareja
Vivir con dolor crónico altera el estado de ánimo, eleva los niveles de estrés y se asocia con mayor riesgo de ansiedad y depresión.
La sexualidad, atravesada por el sufrimiento, puede convertirse en un foco de aislamiento. Algunas parejas superan el desafío con comunicación y ajustes consensuados; otras naufragan ante la falta de información, el desgaste emocional y la invisibilidad social de la enfermedad.
La evidencia sugiere que el acompañamiento de la pareja —cuando existe— mejora la experiencia de tratamiento y reduce la percepción de dolor.
Pero ello requiere información clara, espacios para preguntar y un cambio de paradigma: no se trata de “soportar” el dolor, sino de construir una vida sexual segura y satisfactoria dentro de las posibilidades de cada persona.
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Qué funciona: un abordaje integral
No hay soluciones universales, pero los expertos coinciden en la necesidad de intervenciones combinadas:
- Tratamientos médicos y quirúrgicos dirigidos a controlar la enfermedad y la inflamación, bajo indicación especializada.
- Fisioterapia de suelo pélvico para abordar hipertonía, puntos gatillo y patrones de dolor.
- Terapia sexual y de pareja para redefinir el mapa erótico, mejorar la comunicación y explorar prácticas no dolorosas.
- Apoyo psicológico para gestionar el dolor crónico, la ansiedad anticipatoria y el impacto en la autoestima.
- Educación en salud sexual que desplace la penetración del centro exclusivo de la intimidad y priorice el consentimiento y el placer sin dolor.
La comunicación con el equipo sanitario es central: describir cuándo y cómo aparece el dolor, qué posiciones lo agravan, si duele durante o después del acto, y qué tratamientos se han probado ayuda a orientar el plan terapéutico.
Hacia una sexualidad posible
Con diagnóstico, tratamiento y acompañamiento adecuados, muchas personas con endometriosis consiguen reconstruir su vida sexual sin dolor o con dolor manejable.
Redefinir expectativas, ensayar nuevas formas de intimidad y sostener una comunicación honesta puede transformar la experiencia. La clave está en desplazar el foco de “cumplir” con un estándar a escuchar el cuerpo, consensuar límites y reivindicar el derecho al placer.
El dolor que condiciona las relaciones no debería quedar en silencio. Nombrarlo es el primer paso para atenderlo. Y atenderlo, el camino para recuperar la autonomía sobre el propio deseo.