Trastorno de excitación genital persistente: más que un desafío físico, una carga emocional

El trastorno de excitación genital persistente (PGAD) afecta desproporcionadamente a mujeres y algunos hombres, generando malestar significativo sin deseo sexual. Con desencadenantes inusuales y un diagnóstico complejo, su impacto va más allá de lo físico, incidiendo en la salud mental y relaciones personales.

Mujer visiblemente incómoda.
Mujer visiblemente incómoda.Shutterstock

Qué es el PGAD

El trastorno de excitación genital persistente (PGAD, del ingles para Persistent Genital Arousal Disorder) describe sensaciones genitales de excitación que aparecen de manera espontánea o ante estímulos mínimos, sin estar asociadas a deseo sexual ni a fantasías.

Pueden durar minutos u horas, reaparecer varias veces al día y no siempre se alivian con el orgasmo.

Sociedades científicas como la International Society for the Study of Women’s Sexual Health (ISSWSH) proponen el término disestesia genitopélvica para subrayar que se trata de sensaciones anómalas más que de “hipersexualidad”.

Síntomas y cómo se diferencia del deseo sexual

  • Sensaciones descritas como pulsaciones, presión, hormigueo, ardor o “latidos” en clítoris, vulva, pene, periné o ano.
  • Desencadenantes frecuentes: estar sentado, vibraciones (viajes, teléfono), estrés, ropa ajustada o sin causa clara.
  • Ausencia de deseo sexual concomitante; el malestar deriva de la intrusión y la falta de control.
  • El orgasmo puede no resolver los síntomas o brindar alivio breve, lo que distingue al trastorno de excitación genital persistente de la excitación sexual habitual.

Qué tan frecuente es y a quiénes afecta

La prevalencia exacta es desconocida. La evidencia disponible sugiere que afecta sobre todo a mujeres, aunque también se reporta en varones.

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La infranotificación por vergüenza, estigma o diagnósticos erráticos contribuye a la falta de cifras claras.

Qué se sabe sobre las causas

El trastorno de excitación genital persistente es multifactorial.

Modelo de pelvis.
Modelo de pelvis.

La literatura clínica y revisiones en The Journal of Sexual Medicine y otras publicaciones especializadas señalan:

  • Factores neurológicos: irritación del nervio pudendo, radiculopatías lumbosacras, quistes de Tarlov, secuelas tras cirugías o traumatismos.
  • Piso pélvico: hiperactividad muscular y puntos gatillo que amplifican señales sensoriales.
  • Vasculares y cutáneos: congestión pélvica, varices vulvares, neuropatías periféricas.
  • Farmacológicos: inicio, cambios o retirada de antidepresivos ISRS/IRSN y otros psicofármacos pueden precipitar síntomas en algunos casos.
  • Hormonales: fluctuaciones perimenopáusicas o del posparto se han asociado en reportes clínicos.
  • Psicosociales: la ansiedad y el estrés no “causan” el trastorno, pero pueden intensificar la percepción y el ciclo de hiperalerta.

Impacto en la vida cotidiana

Además del malestar físico, el trastorno de excitación genital persistente puede afectar el sueño, la concentración, las relaciones y la salud mental.

Muchas personas evitan viajar, hacer ejercicio o tener relaciones sexuales por miedo a exacerbar los síntomas. Estudios cualitativos describen vergüenza, ansiedad y, en casos severos, depresión.

Cómo se diagnostica

No existe una prueba única. El enfoque recomendado es clínico y diferencial:

  • Historia detallada: inicio, patrón de síntomas, desencadenantes, relación con medicamentos recientes, antecedentes neurológicos o pélvicos.
  • Examen físico: evaluación del piso pélvico (tono, dolor, puntos gatillo), sensibilidad cutánea y neurológica.
  • Estudios dirigidos según hallazgos: resonancia lumbosacra o sacra si se sospechan quistes de Tarlov o radiculopatías; ecografía o estudios vasculares ante signos de congestión; pruebas de conducción nerviosa en casos seleccionados.
  • Revisión farmacológica: cambios recientes en psicotrópicos, antihistamínicos, hormonas u otros. Se recomienda un abordaje interdisciplinario que incluya sexología, ginecología/uro-andrología, fisioterapia de piso pélvico, neurología y salud mental.

Tratamientos con evidencia

No hay una única terapia válida para todos; se combinan estrategias según la causa predominante:

  • Fisioterapia del piso pélvico: relajación, biofeedback, liberación miofascial y trabajo sobre puntos gatillo para reducir hiperactividad muscular.
  • Neuromoduladores: gabapentina, pregabalina, duloxetina u otros fármacos utilizados para dolor neuropático, indicados y monitoreados por especialistas.
  • Topicales y medidas locales: geles anestésicos (por ejemplo, lidocaína) de uso pautado, compresas frías o baños de asiento para crisis.
  • Ajustes farmacológicos: manejo cuidadoso de ISRS/IRSN u otros medicamentos potencialmente implicados; evitar suspensiones abruptas.
  • Bloqueos y procedimientos: bloqueos del nervio pudendo, radiofrecuencia o, en casos muy seleccionados, tratamiento de quistes de Tarlov o varices pélvicas, según evaluación especializada.
  • Psicoterapia: terapias centradas en la reducción de ansiedad y la descatastrofización (TCC), educación sexual y estrategias de afrontamiento; no “cura” la causa orgánica, pero disminuye el distrés.
  • Neuromodulación no invasiva: TENS o estimulación del tibial posterior pueden ayudar en algunos pacientes.
  • Hábitos y autocuidado: evitar desencadenantes identificados (vibración prolongada, ropa muy ajustada), higiene del sueño, técnicas de respiración diafragmática y mindfulness para cortar el ciclo de hiperalerta.

Qué hacer si te pasa

  • Si notás sensaciones genitales intrusivas, no asociadas a deseo y que te angustian, consultá con profesionales de salud sexual o ginecología/uro-andrología con experiencia en dolor pélvico.
  • Llevá un registro de síntomas, desencadenantes y medicamentos recientes; facilita el diagnóstico.
  • Evitá suspender psicofármacos por cuenta propia; hablá con quien los indicó para planificar cambios seguros.
  • Pedí derivación a fisioterapia de piso pélvico y, si es necesario, a neurología para descartar causas neuropáticas.
  • Buscá apoyo psicológico si sentís ansiedad o vergüenza; el acompañamiento mejora la calidad de vida mientras se trata la causa subyacente.
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