El reloj interno del deseo
Los ritmos circadianos —ese ciclo natural de 24 horas que regula funciones como el sueño, el hambre o el estado de ánimo— también impactan en la vida sexual. En el caso de los hombres, la testosterona, hormona clave para el deseo y el rendimiento sexual, alcanza su punto más alto entre las 6 y las 8 de la mañana. No es casualidad que muchas erecciones espontáneas ocurran al despertar.
Esa elevación hormonal puede traducirse en mayor energía, impulso sexual y una mejor respuesta física en las primeras horas del día.
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Sexo por la mañana: energía, conexión y buen humor
Comenzar el día con un encuentro íntimo no solo puede potenciar el rendimiento sexual gracias a los niveles hormonales.

También tiene beneficios emocionales: las endorfinas liberadas durante el orgasmo elevan el estado de ánimo, mejoran la concentración y refuerzan el vínculo afectivo con la pareja.
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Pero no todo es ideal. El ritmo matutino moderno —entre alarmas, duchas rápidas y traslados— puede jugar en contra. La falta de tiempo o la presión por cumplir con una rutina laboral puede generar apuro y reducir el disfrute.
Sexo por la noche: placer sin reloj y menos estrés
Al caer el día, los niveles de testosterona disminuyen, pero el cuerpo y la mente encuentran otros motivos para entregarse al deseo. La noche trae relajación, menor apuro y un entorno más propicio para desconectarse del estrés.

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Además, para muchas parejas, el sexo nocturno se convierte en un ritual compartido que ayuda a dormir mejor. La liberación de oxitocina, conocida como la “hormona del cariño”, favorece el descanso y la sensación de bienestar.
Eso sí, la fatiga acumulada puede ser un obstáculo. Y si la mente sigue en “modo oficina”, no siempre es fácil entregarse al momento.
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¿Entonces, qué momento es mejor?
No hay una única respuesta. Mientras que la mañana puede ofrecer un contexto biológicamente óptimo, la noche ofrece condiciones emocionales y prácticas más relajadas. Lo ideal es que cada pareja descubra su propio ritmo, sin presiones externas ni reglas fijas.
Lo importante es que la intimidad se viva como un espacio de conexión, disfrute mutuo y cuidado compartido, sin importar si el reloj marca las ocho de la mañana o las once de la noche.