La derrota del delfín oficialista semanas atrás en el este, con un margen que no vaticinaron ni los más pesimistas, encendió alarmas en el partido de gobierno y sopló vientos esperanzadores para la oposición. Esta última no debería ser demasiado exitista: el asado no está listo hasta que está listo.
Ahora comienza el talent hunting. Una verdadera cacería de perfiles que simulará objetividad, prometerá renovación y terminará eligiendo -en muchos casos- a los mismos cowboys de siempre, pero con distinto sombrero. Claro que antes, para cumplir con los protocolos y también, hecho no menor, justificar las consultorías de los amigos, se deberán repasar las características del candidato ideal, un espécimen cuasi mitológico. Aquí nos atrevemos a señalar algunos parámetros a ser tenidos en cuenta:
Lo primero: una buena imagen ante las cámaras. La televisión engorda, dicen, y las redes sociales no perdonan. Así que, por si acaso, se preferirán personas esbeltas, guapas y con sonrisa de galán de Hollywood. Todo esto, porque el exceso de exposición gasta hasta al más churro, así que cuanto mejor sea la imagen más tiempo dura sin aburrir ante las cámaras.
Segundo requisito: estar bien perfilado dentro de los movimientos. Esto implica haber sabido posar en la foto correcta, abrazar el hombro adecuado y, sobre todo, evitar caer mal al cacique del momento. En política, estar “bien perfilado” suele significar que uno no moleste demasiado y que sea moldeable como masa de chipa.
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En tercer lugar, se exige trayectoria. Pero no cualquiera: una que incluya cierto nivel de reconocimiento público y, de ser posible, un historial de trifulcas con la ley del que se haya salido más o menos airoso. Porque en este país la absoluta ausencia de ruido puede interpretarse como falta de carácter; por otro lado, el bochinche en exceso tampoco conviene.
Cuarto: arrastre popular. O, en su defecto, ser un outsider. Es decir, tener trayectoria política, pero también no tenerla. Ser conocido, pero a la vez ser “la nueva cara”. Ser lo de siempre con apariencia de algo distinto... Saque usted sus conclusiones, es casi seguro que va a terminar tan confundido como todos los demás.
Quinto requisito: que no tenga más de quince parientes acomodados en entidades públicas o ministerios. No por moralidad ni ética, nada que ver. Por prevención: la prensa puede pillar la información, y ahí sí el candidato queda mal parado. Increíble que el nepotismo aún no esté regulado por ley, que estaría redactada más o menos en estos términos “queda prohibido tener más de x parientes o afines ubicados, como también más de 3 por ente o institución”.
Y sexto, por supuesto: que tenga todos sus títulos universitarios en regla. No vaya a ser que, a mitad de la campaña, surjan verdades incómodas sobre diplomas exprés, posgrados tropicales o maestrías otorgadas por institutos sin dirección conocida. ¡Qué pelada!
Aaahhh, y, por último, un pequeño detalle. De pronto sería importante buscar también que el candidato sea honesto, idóneo, una persona de familia y de trayectoria reconocida. Un buen vecino, buen hijo, buena esposa o buen esposo. Porque digo, tal vez—solo tal vez—pueda ser lo indicado elegir a buena gente para los cargos, ¿no?
Un ejercicio saludable: Recordar que la política municipal afecta la vida diaria de la gente de manera directa. El bache frente a casa, la basura que no se retira, la plaza mal iluminada o hasta abandonada. Qué bueno estaría que el aspirante a dirigir la ciudad tenga una noción mínima de servicio.
Y quién sabe, por ahí el próximo año los ciudadanos nos animemos a exigir algo más que estética, marketing y parentescos estratégicos. Podemos pedir decencia también, esa cualidad humana tan especial, que al mismo tiempo es gratis, no requiere inscripción previa y, a diferencia de los títulos universitarios, no requiere legalización.