De aquello, mucho se cumplió y mucho no. Motivo de orgullo ante el mundo, por un lado, por el otro la Binacional fue y sigue siendo el coto preferido de caza de los gobiernos, con regalías, cargos y posiciones aspiracionales para los amigos del poder, porque hay que serlo. Generó en su momento un grupo de barones, que hasta podrían ser simpáticos porque eran profesionales. Después de ellos, se vino una caterva de políticos y otras aves de plumaje similar, que viven en una nube mágica y desconocen la realidad del país. Así nomás.
El pasado fin de semana esto se demostró claramente. Las elecciones municipales en CDE movieron una maquinaria estatal pocas veces vista, bien lubricada con recursos que provienen directa o indirectamente de Itaipú. Vehículos, combustible, viáticos, toda la estructura montada buscando resultados favorables. Estos últimos no se dieron, como tampoco se darán auditorías ni la trazabilidad del dinero que se escurrió en esta jornada electoral.
Mientras esta murga se justifica una vez más, seguimos con hospitales sin insumos, escuelas en pedazos y niños que caminan kilómetros para llegar a clases. Un país iletrado entiende poco y mal los discursos sobre desarrollo sostenible o energía verde, lo urgente le gana por lejos a lo importante. Itaipú debía ser una herramienta de transformación, pero se convirtió en una caja negra para alimentar al clientelismo.
Contrastes brutales: A pocos kilómetros de la represa que genera una de las mayores producciones de energía limpia del planeta, barrios periféricos de Ciudad del Este se encuentran sin luz ni agua potable. Nos llenamos la boca hablando de millones de kilowatts excedentes, pero esta riqueza no permea ni se distribuye correctamente.
Todos los beneficios, en un solo lugar Descubrí donde te conviene comprar hoy
Cada tanto, titulares espectaculares: fondos sociales, compensaciones, y proyectos “emblemáticos”. Pero somos el país que menos invierte en educación por niño en Sudamérica. Itaipú debería ser una fuente de oportunidades, no de favores políticos.
Uruguay cambia de signo político en cada elección desde hace 9 gobiernos, y cada vez le va mejor. Aquí, se acepta con preocupante naturalidad el abuso, el despilfarro y la mediocridad institucional. Parecería que perdimos hasta la capacidad de indignarnos, y esa resignación con tufo a derrota es la victoria de los corruptos.
Itaipú debía ser un orgullo nacional, símbolo de cooperación e instarnos a mirar de frente al vecino gigante. Un motor del progreso. Pero lo han convertido en un espejo que refleja nuestras miserias: falta de planificación, mediocridad de la clase política e indiferencia ciudadana.
Finalmente, más allá de que nos guste o no lo que hizo Stroessner, no fue para esto que se levantó Itaipú.