La violencia, en muchas de sus formas, siempre estuvo presente. Pueden cambiar los tiempos, los actores y las excusas, pero la agresión se mantiene como un hilo que atraviesa generaciones. Está presente en el tránsito, lugar de trabajo, en la política, el hogar y donde uno mire. Reflejos de una sociedad que al no saber ejercer autoridad comete abusos, y confunde firmeza con maltratos y poder con dominación.
En términos de “tipos de violencia”, la ejercida contra la mujer ocupa un lugar dolorosamente constante. En Paraguay sigue estando normalizada, presente en gestos cotidianos, en frases “inocentes” y en conductas repetitivas que no se cuestionan. No se hiere con golpes solamente, también con gritos, humillación e indiferencia. A pesar de avances legislativos y campañas relacionadas a los derechos de las mujeres, la estadística demuestra que aún vivimos en una sociedad que justifica lo injustificable.
Tristísimo e insólito: Muchas mujeres, educadas bajo un esquema machista que las condicionó desde niñas, terminan justificando esas mismas conductas. Quizás por miedo, dependencia económica, por costumbre o simplemente porque no conocen otra forma de vivir. Se nos pone la piel de gallina al escuchar de una mujer “así son las cosas”, “no tiene que molestarle cuando está nervioso”, en relación a estos casos. Así se perpetúa el ciclo, con el silencio como cómplice.
Por un momento pensemos en las sociedades nórdicas, allí la igualdad de género es un tema instalado hace décadas como política de Estado, cultura y convicción. La educación en esos y otros valores inician en la infancia. Y al darse conflictos, la reacción social ante la violencia es inmediata y colectiva. No se relativiza ni justifica, sino que se condena.
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La dignidad de la persona por el piso… así queda esta última víctima que ocupa los medios ante las declaraciones del abogado defensor. Además de cuasi justificar la conducta de su defendido, aprovechó las declaraciones ante la prensa para avisar a la víctima que “las cuotas del vehículo que está usando no se seguirán pagando”. De esta forma, intenta burdamente opacar la bestialidad cometida detrás de una cuestión financiera.
Estas expresiones del profesional del foro resumen nuestra tragedia moral. Nos permiten comprender, aunque nos neguemos, cómo es que a septiembre del ’25 existan registros nacionales de 28 feminicidios y 41 casos de tentativa de los mismos. Estas desgracias arrojan 51 menores huérfanos. Cuando el deber de defensa se confunde con la pérdida de decencia, cuando el micrófono se usa para deshumanizar a la víctima y minimizar la agresión, la raíz está podrida. No solo en el campo jurídico, sino en el caracú de la sociedad.
Claro que el acusado tiene el derecho a la defensa, y a un profesional del derecho que vele por ella. Pero los límites éticos no se deben cruzar. Y cuando el profesional habla de las cuotas de un vehículo, insulta la inteligencia y la sensibilidad de toda la sociedad.
Ante expresiones tan desacertadas y poco felices, sólo resta preguntar: ¿De qué me estás hablando, y dónde aprendiste a argumentar así? Debería darle vergüenza, y a nosotros por tolerarlo.