Esperamos más de ellos  

Cuando los ciudadanos votamos en forma libre y por convicción, nos creamos expectativas hacia los representantes en quienes confiamos nuestro voto. No es el caso de todos ni tampoco esperamos milagros, pero sí -a Dios gracias-, aún somos capaces de guardar esperanza en encontrar voces responsables, preparadas y con visión de país. No es que les pidamos demasiado: Apenas que honren la función para la cual postularon y fueron eventualmente electos. En pocas palabras: Que hagan su trabajo.

Pasada la euforia electoral, comenzamos a recibir trompadas. Como la vergüenza que debemos sentir como país ante las recientes declaraciones de ciertos parlamentarios, que sin ruborizarse hablaron de pagos recibidos para apoyar resoluciones favorables a Taiwán, recordándonos la fragilidad institucional de este poder del Estado. Dejaron expuestas no solamente la corrupción, sino también una mediocridad que raya en lo absurdo. ¿Representantes del pueblo? Para nada luego.

Este show rasca no termina allí: En vez de encarar el hecho con firmeza, tanto el oficialismo como la oposición prefieren salir al paso minimizando el escándalo. ¿Temor a nuevos sincericidios de otros colegas? Hasta nos pone a pensar que, en este Parlamente de bajísimo nivel intelectual y ético, cada micrófono encendido o escucha telefónica puede transformarse en una caja de Pandora, exponiendo miserias que es preferible mantener escondidas.

Escuchando a algunos de estos personajes intentar hilar alguna frase coherente, nos viene a la mente una expresión de Conrado Pappalardo: “Los parlamentarios creen que el cargo les da sabiduría, cuando que en realidad desnuda en muchos su triste realidad de burros”. Una verdad franca y frontal que incomodaba a muchos, pero que describía la realidad de la fauna que ocupa el Congreso. Esta frase, lejos de haber perdido vigencia, parece hoy un retrato fiel de lo que ocurre bajo la cúpula legislativa.

Para un profesional del derecho y político de la estatura de “Teruco” Pappalardo, resultaba indignante tener como pares a personas tan poco preparadas. Habiendo conjugado durante su carrera firmeza, convicción y preparación, concibiendo la política como una batalla que deben librar los mejores, siempre al servicio del país. Basta traer a la memoria el recuerdo de este señor para notar la abismal diferencia que separa a políticos de esta envergadura de muchos que hoy ocupan curules.

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La preparación académica se demuestra y se pone en evidencia, no se ostenta. Esto último ocurrió en el emblemático caso de Hernán Rivas: avalado y protegido desde las más altas esferas del poder, terminó siendo despojado de un título que, en realidad, nunca le perteneció. No hay forma de explicar la actitud de sus colegas, quizás les haya resultado cómodo tenerlo cerca, para no hacer esfuerzo alguno.

Este juego es sumamente peligroso: permitir que los mediocres marquen el nivel del debate, porque todo se iguala hacia abajo. La política criolla, en vez de elevar la vara, la va hundiendo hasta niveles que ya no sorprenden, ante la inacción de una ciudadanía aletargada y demasiado cómoda.

¿Mera coincidencia? ¿Una casualidad más? Difícil de creer que así sea. Porque no estamos ante hechos aislados, sino de patrones que se repiten y que nos llevan a exclamar “¡No puede ser otra vez!”, cuando nuevamente nos atropellan con su desfachatez, improvisación e ignorancia que mal esconden detrás de actitudes soberbias. Mientras tratamos de construir la imagen país, estas caricaturas nos dejan en ridículo internacional.

Lo que más duele y molesta no es el comportamiento de algunos, de los que en realidad nunca esperamos gran cosa. Lo que indigna es cuando aquellos que deberían debieran marcar la diferencia, por tener mayor preparación y supuestamente una visión más amplia, terminen arrastrados hacia abajo. Ese sabor amargo que acompaña aquello de “esperaba más de él”.

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