Los queremos, pero…

La semana pasada ocurrió en CDE un hecho que dejó preocupados tanto a dueños de perros como igualmente a las personas que tuvieron acceso a la noticia. Una señora paseaba a su caniche por la vereda del barrio donde vive, cuando el perrito fue atacado sorpresivamente por un pitbull, pudiendo apenas defenderlo la dueña. La situación, de por sí peligrosa, se volvió imposible cuando se sumó al ataque un segundo perro de la misma raza.

En nuestra cultura tradicional, el perro casi forma parte de la familia. Tiene un rincón reservado en nuestras casas, lo bautizamos (algunos hasta tienen un nombre compuesto), y allí están compartiendo con nosotros nuestros estados de ánimo. Y es tal la forma en que nos mimetizamos, que de pronto viendo al perro se puede adivinar cómo está de humor el dueño. Los paseamos por parques, plazas y calles los feriados o cuando disponemos de tiempo, y esto forma parte del ritual doméstico. No existe compañía más noble, fiel y desinteresada. Los queremos mucho, claro que sí… pero debemos fijar los límites que tiene esta relación.

Porque, aunque los llamemos igual a un tío muy querido, no dejan de ser animales que requieren de cuidados, atención y comprensión de su temperamento. No es lo mismo tener un caniche que un pastor alemán. El primero es inquieto pero inofensivo; el segundo, sin educación firme, puede ser un reto complicado. El Golden será el más paciente amigo de juegos de los niños, mientras que tener un border collie encerrado en un garage es casi inhumano, o mejor “inperruno”.

Bulldogs, pugs y schnauzers son urbanos por excelencia, se pueden criar en departamentos y casas chicas. Y desde luego que tenemos a nuestro gran héroe anónimo, siempre bien dispuesto: el mestizo “puro corazón”, sin pedigrí ni fama, pero con la fidelidad más pura y desinteresada que existe.

Sobre este amigo sin linaje, más de bajar la cabeza que andar altivo, se suele decir que es el mejor guardián, el más agradecido y más noble. Llega de pronto a nuestras casas y se gana el cariño no por lindo, sino por leal. Y se queda para siempre. Capaz de dormir sobre una frazada vieja, no mendiga caricias y acepta los restos de comida. Nunca se enferma de nada, pero daría su vida por defendernos. A estos perros también los queremos, quizás hasta más.

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Pero ni todos los perros son iguales ni tampoco para cualquier dueño. Algunas razas requieren entrenamiento, espacio vital y socializar como parte de su rutina. El hermoso huskie es rebelde desde su origen, el doberman requiere metodicidad, y el ultraprotector rottweiler una mano autoritaria. Es duro decirlo: hay razas que, aunque la persona no quiera admitirlo, no están a su altura, y desde allí comienza el riesgo.

El pitbull, de moda por alguna razón y elegido por muchos, ya ha sido protagonista de varios ataques a personas y otros perros. Más que cualquier otra raza. Por lo que no se trata de un prejuicio: las estadísticas no mienten. Aquello de “todo depende de cómo se le críe”, cae por tierra ante los hechos. Si no está en manos responsables, esta raza históricamente criada para el combate, es potencialmente peligrosa por su físico imponente y su temperamento.

Múltiples casos registrados en Paraguay: Niños y adultos mordidos, otros perros atacados. El patrón de excusa se repite. nunca antes fue agresivo, “jugaba con mis hijos”, “paso de repente nomás”. Esto nos habla de fenómenos recurrentes con los mismos actores, y entonces: ¿Cuántos incidentes más hacen falta para entender que algunas razas simplemente no son aptas para entornos urbanos y/o dueños inexpertos?

No se pretende estigmatizar a los animales, sino de pedir coherencia a aquéllos que eligen una raza así “porque es un perro muy facha”. Los culpables de los ataques son ellos, por elegirlos sin analizar lo que esto implica. Criar un perro no es lo mismo que comprar una planta. Los perros comen, ladran y se enferman, rompen cosas, defecan en la vía pública y, sobre todo, demandan tiempo. Y con las razas de alta energía y antecedentes agresivos, el esfuerzo se multiplica. Un patio grande no basta, se necesitan además conocimiento, paciencia y responsabilidad.

Está en juego la seguridad de todos. Queremos a nuestros perros, y por eso mismo debemos asumirlo: son diferentes y no están preparados para cualquier hogar. Regular la tenencia de razas peligrosas no es crueldad sino sentido común. Amar a los animales también implica proteger a las personas. Aquí no tienen lugar las modas ni caprichos, sino actuar con conciencia. Cuando se trata de mascotas, el cariño no debe estar reñido con la responsabilidad.

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