Extrañamente, o no tanto, las señales fueron minimizadas, como pasa tantas veces cuando la voz de alarma es dada por la prensa. De esta forma, el esquema perverso fue creciendo, entre declaraciones evasivas y la indiferencia institucional, hasta volverse insostenible y explotar.
De golpe y porrazo, el Gobierno decidió destituir al funcionario en cuestión. Sin demasiadas estridencias ni explicaciones, es reemplazado por otro nombre. No hay aquí mea culpas ni similar, con el reemplazo se pretende borrar meses de desconfianza y enormes daños. La prensa hizo publicaciones conteniendo incluso nombres y fechas, pero eso no generó un sacudón. No porque faltaran pruebas -las mismas estaban a la vista- sino porque, como otras veces, al incomodar el mensajero es más fácil desconocer el mensaje.
Este caso no es aislado. Hay un patrón que se repite: los medios de comunicación denuncian irregularidades, pero el Estado y sus organismos responden con indiferencia, descalificación o hasta con el silencio. Después, cuando el escándalo alcanza temperaturas insoportables, alguien se da por aludido. Y allí recién se actúa. Tarde, costoso, doloroso. Como el avestruz, se recurre a meter la cabeza bajo tierra para evitar ver lo inevitable.
La prensa no está para aplaudir ni festejar malos chistes, para eso bastan los hurreros. El que piensa que el cuarto poder existe para ensalzar al gobierno, o no superó a Mario Pastor Almada o jamás entendió el contrato social. El papel de los medios es incómodo por definición. Su trabajo —cuando está bien hecho- consiste en escarbar, molestar, preguntar y contar cosas que muchos prefieren que no se sepan. Y es increíble que a gobiernos como el nuestro les cueste tanto entender que esta incomodidad generada no es enemiga, sino aliada de su gestión.
Escuchar a la prensa, o por lo menos prestar atención a la misma, no constituye debilidad institucional, sino tino político y real sentido de administración. ¿Cuánto tiempo, recursos y reputación se ahorrarían si los gobernantes tomaran en serio las alertas tempranas que los medios lanzan? En vez de esperar que todo explote, ¿por qué no tomar medidas cuando hay señales de humo? ¡Cuántas crisis se podrían evitar tomando medidas con tiempo!
En las democracias verdaderas, los medios no son adversarios del gobierno, sino parte de su ecosistema. De esta forma, una prensa libre, crítica y profesional ayuda a corregir rumbos, visibilizar abusos y proteger a los ciudadanos. Muy lejos de ver a los periodistas como jueces, pero sí aceptar que parte importante de la fiscalización pública comienza en las páginas de un diario o frente a una cámara.
Volviendo al SENAVE. Las consecuencias de la pésima y corrupta gestión de los últimos meses ya solamente se pueden lamentar. En el campo, miles de productores agrícolas que reman el día a día, sujetos al clima y precios de mercado, sufrieron demoras y trabas. A esto se suman las extorsiones y el cuasi desprecio burocrático. Mientras, amigos pagaron coimas para acceder al AFIDI e importar frutas y verduras -sin aclararse cantidades reales- superando ampliamente los volúmenes establecidos.
Aquí no hay solamente una cabeza torcida, estamos ante una cadena de omisiones que castiga al más eficiente que es el productor, quien cuenta con menos margen. Y finalmente, castiga también al consumidor final, porque la composición del costo está inflada a causa de este esquema perverso.
La destitución es correcta, pero no repara el daño ya causado. Se espera que los nuevos administradores den absoluta transparencia al proceso, otra forma de proceder terminará en lo mismo. Queda el consuelo de saber que la insistencia de la prensa tuvo mucho que ver esta vez, como tantas otras.
La bendita prensa, esa pesada que no tiene todas las respuestas ni es infalible. Pero que siempre juega a favor del equipo más débil porque tiene sentido de pertenencia. Y sería tan bueno que, de vez en cuando, se le preste atención a tiempo, para evitar el papelón de volver a escucharle decir “yo hace rato que ya estaba avisando…”.