Grandes industrias ya están operando a plena capacidad, mientras otras avanzan en sus fases de construcción a muy buen ritmo. En paralelo, se desarrollan enormes complejos residenciales, en su mayoría condominios cerrados de alta gama, diseñados para atraer a una clase inversora que busca espacio, seguridad y cercanía con la capital. El movimiento de suelo es impresionante; topadoras, tractores y obreros trabajan a pleno, empezando a dar forma a lo que ya constituye la próxima gran expansión de Asunción.
Esa es la cara más linda y prometedora, pero no todo lo que emerge del otro lado del río es armonía y planificación. Basta con transitar un par de kilómetros en dirección a Villa Hayes para encontrarse con el barrio Remansito, que pertenece a dicha ciudad y empezó a poblarse varios años atrás, primero en forma muy lenta.
Hoy, ese lugar que creció demasiado rápido, en forma desordenada y casi caótica, ya aglutina a miles de personas. Con una población cercana a los 18.000 habitantes, según el último censo, su crecimiento acelerado no va de la mano con servicios básicos ni políticas públicas claras. Con alejarse dos cuadras de la ruta ya se encuentran calles de tierra intransitables. Y esta ausencia de infraestructura limita enormemente el día a día a sus pobladores.
A pocos kilómetros de allí, Villa Hayes, con más de 57.000 habitantes, se consolida como la capital departamental y puerta del Chaco paraguayo. Su importancia estratégica es incuestionable: Centro administrativo, comercial y simbólico de la región, a partir del cual se abren un abanico de posibilidades. Y esta situación estratégica debe ser aprovechada, tanto para beneficio del casco urbano como de todos sus barrios, entre ellos Remansito.
Las condiciones de vida de las personas que habitan en los mismos deben ser un poderoso llamado de atención para las autoridades. En contraposición, la prosperidad que se pone en manifiesto en los country club, edificios con piscinas infinitas y seguridad perimetral debe permear hacia estas áreas -que también son residenciales- ubicadas a pocos cientos de metros. Allí, en una asimetría brutal, los niños caminan por caminos de tierra húmedos a la escuela y la gente recibe atención médica precaria.
El caso del barrio Remansito refleja un patrón que ya hemos visto en varios otros lugares del país: crecimiento sin orden, desarrollo sin inclusión real. La falta de planificación urbana, sumada a la preocupante ola de delincuencia y consumo de drogas entre los jóvenes, son amenazas reales que pueden convertir esta oportunidad histórica en una promesa fallida. No es suficiente con levantar torres y abrir industrias si al mismo tiempo no se construye comunidad con ciudadanía y equidad.
Chaco’i, en particular, representa una de las últimas grandes fronteras urbanas capitalinas accesibles. Con terrenos aún a precios razonables y una conectividad como nunca antes se tuvo, esta zona del país puede convertirse en el nuevo pulmón habitacional y productivo del área metropolitana. Pero esa expansión debe ser inteligente y, sobre todo, justa. No puede quedar reservada solamente a quienes pueden pagar el metro cuadrado más caro. El futuro que se está proyectando debe incluir a todos: desde los grandes inversionistas, pasando por la castigada clase media y beneficiar también a las familias que hoy habitan en esas zonas y tienen necesidades urgentes.
Una oportunidad enorme. La pregunta obligada: ¿lo será para todos? El país, y en particular Asunción, tienen la posibilidad de dar un salto cualitativo en su desarrollo urbano e industrial. Pero ese salto solo será sostenible si se apoya en políticas inclusivas, en planificación participativa y en una mirada social que contemple a los sectores más vulnerables. La tierra no discrimina; las decisiones humanas, sí. Aún estamos a tiempo de hacer las cosas bien.