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La frase que hoy titula este artículo, “Eppur si muove” -Y sin embargo, se mueve”- es atribuida a Galileo Galilei, que en el oscuro siglo XVII osó desafiar la visión oficial de la Iglesia. Amparado apenas por la ciencia, el pisano retobado afirmó nada más y nada menos que era la tierra la que giraba alrededor del Sol y no al revés. Esta audacia le valió la condena de la Iglesia Católica, tras sumarísimo proceso. Su pecado: decir lo evidente, poniendo en peligro los dogmas del poder.
La famosa frase jamás habría sido pronunciada, por lo menos de labios hacia afuera. Galilei nunca volvió a trabajar como hombre de ciencia, y fue perseguido hasta el finde sus días. Igual que él, la libertad de prensa en Paraguay, durante la dictadura con el garrote y hoy de forma sutil, sigue siendo controlada y censurada. Pudieron pasar varios siglos, pero las verdades del italiano como las relacionadas a la corrupción, el nepotismo y el clientelismo locales siguen molestando a algunos.
Cuando se desacredita al que está haciendo su trabajo en forma, en realidad se le está haciendo publicidad. Tildar a medios de mentirosos, sensacionalistas y hasta antipatrióticos no es pertinente. Es la opinión pública la que debe juzgarlos. Ahora, si lo que molesta son el estilo, enfoque y, sobre todo, la incapacidad de acallar al Cuarto Poder, ya es otra cosa. Como única ventaja de los periodistas actuales en relación al italiano: la hoguera ya no se enciende con tanta facilidad.
“Y sin embargo, se mueve”. Profesionales hostigados, amenazados y desacreditados por simplemente hacer bien su trabajo. No inventan, no manipulan: observan, investigan y publican. Y eso basta para que sean vistos como enemigos. Porque en un sistema que se sostiene en la desinformación y el reparto de favores, la verdad es un estorbo.
No perdamos de vista un detalle importante: Acusar a la prensa de mentir es decir que la gente es tonta. Que los ciudadanos no tenemos criterio para distinguir la realidad de la ficción, o que somos manipulables. Cuidado con subestimar a la gente, puede que el pueblo paraguayo sea paciente, incluso resignado a fuerza de sufrir por tantos siglos. Pero no es tan ignorante como les gusta pensar, sabe y entiende lo que pasa. Quizás la falta de opciones lo lleven a no actuar, pero eso ni por lejos significa que no acuse recibo de lo que ve y escucha.
Tampoco debe confundirse tolerancia con complicidad. Casi en todos los sectores, salvo el público, el clientelismo político ha sembrado una cultura de dependencia. Eso es innegable. Pero no anula la conciencia crítica. Cada nuevo escándalo de corrupción, cada denuncia que sale a la luz, cada intento de silenciar al periodismo, va calando más hondo en una ciudadanía que, aunque no se movilice en masa, acumula un malestar que tarde o temprano se va a manifestar.
Y es que no hay nada más libre que la libertad, y por eso molesta tanto. Porque no se compra, no se controla, ni tampoco se puede acallar nunca del todo. Quien nada debe, nada teme. Y quien teme a la prensa es porque algo tiene que esconder. ¿O acaso hace algún sentido gastar tanta energía en combatir una mentira?
Una y otra vez, la verdad se termina imponiendo, porque la mentira cae por su propio peso. Así como Galileo fue reivindicado siglos después, también los periodistas perseguidos de hoy serán vistos como los defensores de un derecho básico: el de informar. La censura es el recurso del que teme al juicio público. Y eso, en sí mismo, contiene una confesión.
Al final de todo, es el pueblo el que decidirá, no el gobierno ni un grupo de poder. La ciudadanía será la que elija si confiar o no en los medios. Y lo hará en base a lo que ve, escucha y vive cada día. Mientras tanto, el intento de censura solo servirá para amplificar los mensajes que se quieren esconder. Porque, mal que les pese, las voces de protesta no se pueden acallar. “Y sin embargo, se mueve”.