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El dictador más antiguo de América ya estaba perdiendo el poder, pero no a favor de la ciudadanía o la democracia, sino de una nueva casta política que usurpó la hegemonía que ejercían hasta ese momento las botas y la sustituyó por mentiras y constantes conspiraciones, que empezaron en el seno mismo del gobierno. Y “El Rubio”, tan poco proclive a hablar, dio en esa ocasión un cuasi discurso justificando la medida de cierre por tiempo indeterminado, a raíz -en sus palabras- de publicaciones del diario “que ponían en peligro la paz de la República, estabilidad de las instituciones y por promover la sedición”. El mismo discurso de siempre, chato y llano. Lo que se dice, mejor no hables.
De alguna manera, esta medida avalada por el presidente Stroessner sería el inicio de su fin. El cierre de un diario por la fuerza, la clausura de un medio por difundir ideas y hechos en forma de papel impreso, eso debía -y lo hizo- repercutir en la opinión pública nacional e internacional.
La medida contó con el “apoyo incondicional” de la cúpula de la Junta de Gobierno de la ANR, y el silencio o inacción -por miedo o por interés- de las fuerzas sociales, ya aletargadas por el paso de los años y las constantes amenazas. Y el hábeas Corpus que se pretendió presentar ante la Corte Suprema fue rechazado por su propio presidente el Dr. Luis María Argaña.
Sería el principio del fin. Estábamos en presencia de un fenómeno en el que el monstruo se comía su propia cola. La tiranía, más por falta de apoyo desde afuera por parte del gigante del norte, por un lado, y por otro las conspiraciones internas, terminó por caer. Pero la caída no fue estruendosa ni magnífica… entre gallos y madrugada murieron valientes soldados… para que se salvaran la mayor parte de los jerarcas.
El dictador depuesto, mirando desde su exilio en Brasilia la imagen del nuevo gabinete, habría dicho “pero si están todos, allí solamente falto yo”, frase esta que, si fue realmente pronunciada por él o solamente una ocurrencia de algún periodista bien despierto, no está muy lejos de la realidad. Y esa situación no sería la única en la que no hubo cambios, sino que el fenómeno se extendió -o mejor dicho continuó- en todos los estamentos. El gran cambio, nunca llegó.
Hoy, a 36 años del Golpe que en realidad no lo fue, queremos encontrar atisbos siquiera de que esos vicios de la dictadura fueron superados, aunque sea en parte. La frágil democracia tiene un trabajo arduo por hacer, mientras los poderes del Estado siguen prisioneros de viejas prácticas, solamente que a cargo de nuevos hombres y mujeres. Pero en puridad, los malos hábitos continúan.
La prensa seria sigue haciendo su trabajo, a través de verdaderos héroes incansables que de verdad ven en ella una forma de cambiar la realidad del país. Y a Dios gracias esta raza de personas no se va a acabar, como tampoco aquellos que los valoran y apoyan. Lo que cuesta muchísimo que cambie es la forma en que deben influir en la sociedad y las autoridades para que los cambios sucedan.
Todavía no aprendimos. Todavía la sangre con que los conscriptos del Batallón Escolta regaron el piso de su cuartel defendiendo una causa que no entendían no fue pagada. Las declaraciones “por orden superior” de la dictadura fueron desplazadas por larguísimos enunciados desde el Parlamento… con el mismo resultado. Es decir, ninguno.
Todavía el latrocinio de la dictadura, que pasó sencillamente de manos, no fue compensado al pueblo paraguayo. Lo que antes era el actuar indiscriminado de la famosa y siniestra caperucita fue sustituido por un enjambre de normativas superpuestas, finalmente interpretadas según conveniencia. La luz está al final del túnel, pero mientras no aprendamos no vamos a llegar a la meta.