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Si no es suficiente con amenazas puntuales para directores y docentes que denuncian las carencias de nuestro sistema educativo, docentes de miles de escuelas del país sufren años de desidia en caso de ser “irreverentes” al sistema. En nuestro país, prima la sanción para quienes se quejan de la realidad.
Los emisarios del poder hegemónico de turno revolotean por los distritos del interior, buscando acallar cualquier aliento agonizante de protesta. Lo más irónico es que, más que solución, buscan esconder la basura bajo la alfombra, una que ya no tiene espacio con qué cubrir tantos escombros.
En el país del revés, el que se anima a reclamar lo justo, es más cuestionado que aquel que tiene el deber de velar por los intereses y los recursos del pueblo.
Por ejemplo, el gremio estudiantil tímidamente empieza a despertar, de manera solitaria, solidaria y valiente. Estudiantes del Colegio Técnico Nacional de Encarnación tomaron la institución por tres días. Pedían cosas mínimas y justas, reparaciones en la escuela, rubros docentes, administrativos y almuerzo escolar. Tras presiones de las autoridades locales, que llegaron con las promesas de siempre, desistieron de la medida.
Esta aplanadora tiene el objetivo de silenciar y desarticular cualquier intento de alianza, articulación y reclamos. No es fortuito, existe toda una maquinaria perversa que está preparada para intervenir ante el más mínimo intento de sacar a la luz esa podredumbre oculta bajo la alfombra.
Mientras buscan baldes para juntar el agua de las goteras, rezar para que las paredes y techos agrietados no les caigan encima, nuestros docentes deben continuar callados, hasta que una desgracia pase.
“Hay que hacer los reclamos por las vías correspondientes”, te responden, mientras encarpetan miles de pedidos de escuelas que de a poco se caen.
Después de que cayó un pedazo de un techo del pasillo del Centro Regional de Educación de Encarnación, aparecieron escandalizadas las mismas autoridades que conocen la situación de esta escuela, quienes cada año omiten el pedido de los directivos y quienes “llaman” la atención a quienes abren la puerta a la prensa.
Ser docente en Paraguay, más aun en el interior, es como llorar bajo la lluvia. Es sufrir en silencio, pero no un silencio voluntario, sino más bien, bajo una mordaza que con cada año se acuerda de ajustar más fuerte el nudo.