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La autopercepción de la gente es sumamente interesante. También es un fenómeno que da lugar a un sinnúmero de frases y expresiones, que sirven para los más diversos casos. Los paraguayos en particular, somos campeones mundiales en representar con mucha fidelidad expresando oralmente lo que pensamos tanto de la gente que nos rodea como de nosotros. Algunas veces estas manifestaciones son más simpáticas, otras ayudan a sentirse mejor ante la dificultad, otras son un llamado a la reflexión.
Sin embargo, existe una expresión en particular que se escucha mucho, demasiado en realidad, y generalmente con una connotación negativa. Es más común en la ciudad que en el campo, y podemos oírla decir a gente de diferentes estratos sociales. Y siempre, sin excepción, quien la usa se pone directamente -nadie sabe con autorización de quién o a partir de qué mérito- por encima de la persona a quien va dirigida la misma.
Nos referimos a la situación en que alguien, con ademán despectivo, apenas disimulada ironía y hasta levantando una ceja, se refiere a algo que se hizo mal o una cuestión en particular que de pronto dista de ser correcta y al hacerlo manifiesta “y sí, sabés luego cómo es el paraguayo”.
Se puede poner peor aún: como una forma de exteriorizar el enojo que causa, por ejemplo, que las personas invadan una fila irrespetando los derechos de los demás. O como una forma de justificar la basura que algunos inadaptados arrojaron a la calle después de una fiesta. Ante estas situaciones, de pronto tenemos que escuchar la odiosa expresión “yyyy, así es el paraguayito”.
La frase, usada de esta forma, debe ser un llamado a reflexionar profundamente sobre nuestra propia percepción como sociedad. Porque jamás, pero nunca, vamos a escuchar a un japonés referirse en esos términos a un connacional. No existe tampoco la mínima posibilidad de que un francés se refiera a sus paisanos como “los francesitos”, para buscar una explicación a su proverbial mal humor. Porque son malhumorados por diferentes motivos, pero no por ser franceses en sí.
Tenemos mucho por qué trabajar en la reforma educativa en el país, y gran parte de la transformación cultural que precisamos para dejar de ser una de las naciones con nivel de educación más bajo de la región viene y depende de nosotros mismos. No existe el justificativo a partir de la nacionalidad que figura en la cédula, todo tiene dependencia y es trasversal a la educación y el respeto de la ley.
Solamente tratemos de imaginarnos a un taiwanés refiriéndose así a sus paisanos, en relación a unos dispositivos electrónicos de mala calidad. ¿Imposible verdad? Y nadie estará dispuesto a apostar a que un mejicano vaya a decir “y así nomás luego son los mejicanitos”. ¿De dónde apareció esta horrible costumbre?
Si se tratara de un uso del lenguaje, hay que tomar medidas ya nomás para erradicarlo. Y si a lo primero se suma una suerte de recurso a la justificación de lo que está mal hecho, llamemos a las cosas por su nombre. No existe aquello de “así nomás son los muchachos cuando se exceden con la bebida”. Aquí lo que corresponde es llamarlos por su nombre, un grupo de inadaptados a quienes la policía debe detener. No justifiquemos las cosas, el recurso atenuante del “ka’u hápe guaré ndoikéi”… Lamentable y triste.
Particularmente, resulta odioso el diminutivo “paraguayito”. Esta expresión como explicación a la grosería, falta de civilidad o bravuconería de alguien en particular, es el equivalente a recibir una bofetada en la cara. Los únicos paraguayitos son los varones de menos de 12 años de edad, y también los que danzan bailes típicos descalzos. Hasta allí se puede tolerar la referencia, cualquier otro uso es una ofensa a nuestra identidad cultural.
Pedro Pablo Caballero no defendió junto a mujeres y jovencitos Piribebuy, ni fue desmembrado cobardemente a raíz de la orden de los oficiales brasileros ante la negativa a rendirse para tener que escuchar que se use sin respeto la palabra “paraguayo”. Tampoco los niños-soldados de Acosta Ñú murieron a manos de la soldadesca del Imperio para que se pronuncie “paraguayitos” con desparpajo.
En un par de semanas se conmemora el término de la Guerra del 70 con la caída del Mcal. López en Cerro Corá. Al margen del análisis de las razones que llevaron a la conflagración y la forma en que se desarrolló la misma, qué buena oportunidad para sacar a relucir los valores que reconstruyeron la nacionalidad a partir de esa derrota total. También, sobre el inmenso privilegio de tener una patria en la que, aún con sus problemas y desafíos, todos los ciudadanos tenemos el derecho a ella por haber nacido en su territorio.