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“Guarden distancia” nos señalaban, lo que equivalía a extender el brazo derecho hasta rozar el hombro del compañero que estaba parado enfrente. De esa manera, la formación se mantenía ordenada y se respetaba el espacio de cada persona. Y esa lección, bien aprendida, nos servía para toda la vida: Respetar el espacio ajeno y hacer respetar el de uno, evitando invadir.
Mantener la distancia tenía otras varias connotaciones. El trato respetuoso, pero con cariño hacia los tíos y abuelos, que siempre nos aconsejaban tan bien. El respeto entre vecinos, que permitía mucha confraternidad y cuidado mutuo en los barrios. El jefe en la oficina era tratado de “señor”, aún después de varios años. De esta forma, de alguna manera, se buscaban preservar esos valores que forman parte del fino y delicado entretejido social que, delimitando los ámbitos de las personas, las une a través del respeto principalmente.
Habrá quien alegue que detrás de tanta formalidad se escondían también malas intenciones. Estas costumbres un poco acartonadas hasta pueden parecer snob a los más jóvenes. Pero el trato de “Usted” al despensero del barrio daba una jerarquía a esa persona que, muy lejos de ponerla en un pedestal, mucho más le obligaba hacia el buen trato al cliente. En ese sentido, y a pesar de muchos defectos que pudo haber tenido, la sociedad era más sana y respetuosa hacia sí misma. Y más digna también.
No es necesario ahondar más desde este humilde espacio en los escándalos que están acaparando la atención pública. El tráfico de influencias desde el sector político ha contaminado demasiado el quehacer nacional. Esto se nota muy especialmente, por la delicadeza de lo que está en juego, en el ámbito de la justicia. La pobre Astrea no se rinde, pero ya está demasiado vapuleada por la politiquería criolla. No obstante, dejemos a los que entienden más dedicarse a analizar eso.
Fijemos mientras tanto nuestra atención en que, desde hace varios días, podemos leer -sorprendidos ante tanta ordinariez- los mensajes que intercambiaban los distintos personajes de esta novela patética. Y en ese contexto, al margen del contenido de sus comunicaciones, llama a la atención el desparpajo en el trato entre ellos. Como que todo se mezcla, como que nada es distinto a nada.
Alguien se animó a opinar que parecía una conversación entre amigos. No parecería que fuese así: los amigos se tratan con respeto. Estos chats, de tan personales ya se vuelven impersonales. De tan coloquiales, ya son vulgares y de muy mal gusto.
Desde hace varios años, este tipo de trato se está haciendo cada vez más común entre nosotros. Es correcto y apropiado en el ámbito social y familiar, pero jamás dentro del sector público o en eventos donde participen autoridades electas. Estas últimas, quizás por razones de popularidad, han normalizado la mala costumbre de saludar en cualquier reunión con apretones de manos, abrazos y palmadas en la espalda. Si esto se maneja correctamente, está bien y hasta hace a nuestra idiosincrasia y manera de hacer las cosas. Pero aquí funciona exactamente al revés.
“Mi hermano del alma”, “hermano querido”, “líder”, se repiten una y otra vez, usándose como afirmaciones a las peticiones recepcionadas y a los favores otorgados… por cuenta y orden del Estado y Pueblo Paraguayo. Y como que sentimos -o por lo menos eso deberíamos- que la burla llega a su límite cuando se agradecen los favores así recibidos usando expresiones del tipo “Dios te lo pague” o “Gracias a Dios”.
Usar expresiones que deberían ser tan caras a nuestros sentimientos de esa forma, equivale a tirarlas a un inodoro, no importa que sea inteligente o iletrado. Hagamos el mayor esfuerzo para mantener en todo momento una distancia razonable que nos permita ver la escena completa, y así tomar las decisiones correctas. Cuidemos que se respete nuestro espacio de la misma forma que respetamos el ajeno. Y cuando estrechemos una mano o nos confundamos en un abrazo, que sea para sellar una alianza de respeto, confianza mutua o amor.