Casualidades que entristecen

Sobre las casualidades, cómo se originan y el porqué de las mismas, existen diferentes teorías. Está la que expresa que todo, absolutamente todo, ocurre por un motivo o una serie de ellos que convergen finalmente en un punto final común. Por otro lado, también existe otra explicación, que puede pasar desde la persona que sentencia “porque tenía que ser así nomás luego” hasta llegar a quien justifica con algún intento de base pseudocientífica que en algún lugar metafísico se lleva a cabo un juego de azar, y lo que ocurre aquí no es más que la consecuencia de la forma en que caen las fichas.

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Dejando por un momento a un lado este primer concepto, enfoquemos nuestra atención en la otra cara de la cuestión: La causalidad. Muy parecida a la primera en su escritura y pronunciación, tanto así que muchas veces hasta se usan equivocadamente una por la otra. Pero, significa exactamente lo contrario, considerando su acepción de “causa u origen de algo que lleva a un resultado, efecto o consecuencia”.

Para aterrizar las dos ideas en el campo de la realidad, vamos al ejemplo del famoso “puente pararã”, por el que se llega hasta la localidad de Nanawa, ex Puerto Elsa. Construido hace un par de décadas y reparado en varias ocasiones, debe su singular nombre al ruido que hace la endeble estructura al pasar encima los vehículos. En una falta de respeto enorme tanto para los que viven y trabajan en ese punto fronterizo, como a la gente que acude a hacer sus compras en ese lugar, aprovechando las ventajas que supone el cambio de la divisa argentina, jamás las autoridades se ocuparon de repararlo en forma.

Fieles a nuestra forma jocosa de ver las cosas, que muchas veces termina siendo un mecanismo de defensa ante tantas arbitrariedades, ya resulta casi simpático pasar por allí, y los niños hasta esperan con ansias conocer el famoso puente, si es que se lo puede llamar así. Claro que el tema deja de tener gracia cuando llega a estar en un estado calamitoso tal que el uso se hace imposible y la modesta localidad queda prácticamente aislada, como está a punto de ocurrir en estos días.

En esta parte, un breve paréntesis para trasladarnos unos 320 kilómetros al norte. Allí, sobre el río Paraguay, a finales de la década de los ‘80 fue inaugurado el puente Nanawa, que une la región Occidental con la ciudad de Concepción. Podemos percatarnos aquí de dos casualidades raras: Por un lado, la gigantesca obra fue habilitada en el mismo año en que, golpe militar de por medio, fuera depuesto el dictador Alfredo Stroessner. ¿Qué ironía verdad? No pudo gozar del privilegio de cortar la cinta inaugural, como seguramente lo habría hecho.

Según refiere la historia reciente, el todopoderoso General habría tenido olvidada a esa región del país por provenir de la misma movimientos contrarios a su régimen varias décadas atrás. Por otro lado, el puente en cuestión lleva el mismo nombre que la pequeña y relegada localidad fronteriza ubicada casi frente a Asunción.

Otra horrible casualidad es el estado en que se encuentran ambos puentes: Tanto el destartalado puente en las cercanías de Asunción, en el que días atrás quedó atrapado un vehículo, como el portento que une el Chaco Paraguayo con la Perla del Norte, precisan con urgencia mantenimiento tanto de las estructuras como de los carriles y barandas. Para llegar al puente en Concepción desde Pozo Colorado incluso hay que transitar por aproximadamente 60 kilómetros de ruta que alguna vez estuvo asfaltada y que hoy se encuentra destrozada, siendo un riesgo enorme transitar por ella.

¡Inconcebible! Ambas cabeceras del puente concepcionero están sin asfaltar, con obras en proceso desde el lado oriental e inexistentes directamente desde el Chaco, algo difícil de creer y que debería causar vergüenza a las autoridades, tanto nacionales como departamentales, porque el puente concepcionero está en tan mal estado que ni siquiera los lugareños pueden usarlo como espacio de recreo o para realizar paseos. Una estampa de la ciudad, desde la que se aprecian gigantescos silos y un frigorífico de primera línea, lo que denota que la iniciativa privada sí empuja el carro, no pudiendo -ni por lejos- decirse lo mismo de la administración pública.

Si queremos, y nos sirve de torpe consuelo, podemos fingir que vemos sólo casualidades comparando las dos situaciones. Puentes que son un peligro para los usuarios y precisan en forma urgente y también periódica mantenimiento, que nos dan una pésima imagen ante gente de afuera y -por qué no- nosotros mismos y reflejan desidia por parte de las autoridades. Pero hacerlo sería solamente eso, un consuelo o, si se quiere, mirar para otro lado para no ver la realidad frente a nosotros y animarnos a llamarla por su nombre.

Aquí, lo que existe realmente son causalidades, un conjunto de causas, comunes en ambos casos, que llevaron las cosas al actual estado en que se encuentran. Aquí no existe una auditoría real de las obras contratadas por el Estado, por eso nuestros asfaltos son más caros y de menor calidad que en la Argentina o Brasil. Aquí pocos funcionarios públicos o empresarios contratistas denunciados terminan presos por las causas que tienen abiertas. Y estas tristes causalidades son la única explicación ante situaciones como las mencionadas: Igual que el puentecito camino a Nanawa, demasiado pararã inaugurando obras, pero, al igual que las aguas que fluyen debajo, nada de transparencia.

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