Solidaridad para el bien común

Ante el panorama desolador que nos abruma todos los días, con asaltos, robos, sicariato, corrupción en los estamentos públicos, violencia rampante que se apodera de la tranquilidad ciudadana, acontecimientos como el registrado el viernes en el Hospital Regional de Encarnación (HRE) tienen el efecto de un bálsamo para el alma. Dan cuenta de que, parafraseando a Fito Páez, no todo está perdido.

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El hecho, traducido en un gesto generoso, solidario, que llega de la mano de los representantes de la Universidad Autónoma de Encarnación (UNAE), una institución educativa privada que incorpora a su accionar un “plus” de profundo significado humano, altruista, que va mucho más allá de la simple formalidad de la responsabilidad social empresarial.

El viernes, esta casa de estudios hizo entrega al área de Urgencias Pediátricas del HRE un lote de elementos e insumos valuado en más de G. 100 millones, consistentes en acondicionadores de aire, muebles, cobertores de cama, utensilios, entre otros, destinados a hacer más llevadera la situación de muchos familiares de pacientes internados en dicha sección, de los pacientes mismos, y los profesionales médicos y enfermeras que laboran en el lugar.

Solamente quien debe pasar horas de espera en un frío pasillo de hospital, abierto y helado, mientras su familia está internada aquejada en su salud, puede dimensionar la importancia de poder hacerlo ahora en un ambiente cerrado, con aire acondicionado, con cierta comodidad.

Pero más allá del valor material, cuantificable, está el valor del gesto, profundo, invaluable, de saber ponerse en el lugar del otro. El saber comprender y compartir la necesidad del otro, y actuar en consecuencia. Lo que se llama empatía, una capacidad humana a menudo disminuida y en retroceso ante el avance de la intolerancia, la indolencia, el individualismo egoísta y vacío.

Y aún más auspicioso resulta el hecho que, detrás del gesto solidario materializado en la entrega de estos aportes, existe un gran trabajo que involucra a mucha gente que se aglutina detrás de esta actividad que se da en llamar “Correcaminata Solidaria”.

Desde aquella señora de la tercera edad que sin complejos y con entusiasmo se “prende” y participa sumando su testimonio de solidaridad, pasando por esos niños y jóvenes que aportan su protagonismo en las diferentes pruebas, hasta aquellas manos anónimas aplicadas a la tarea de organización, y otros que realizan su inestimable aporte económico.

Una suma de voluntades integradas en un círculo virtuoso para traducir el gesto solidario en mucho más que una expresión de buenos deseos, y materializarlo en acciones que lleven algo de alivio y bienestar a personas que no la están pasando bien.

Bien por la Correcaminata, por quienes tuvieron la brillante idea –hace nada menos que 25 años ya– y por las manos solidarias que la mantienen viva. Si este tipo de ejemplos de respeto a la vida y de interés por el bien común irradiara otros ámbitos de la vida pública nacional, otra sería la historia de este atribulado país.

jaroa@abc.com.py

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