Austeridad

Sueño con que alguna vez tengamos un gobierno austero y patriota, donde nuestros representantes en las instituciones del Estado, desde la presidencia hasta los cargos más modestos, asuman su papel como un servicio. Que la función que se asuma sea para servir a la gente, y no como un estado de privilegio para servirse del Estado.

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Un gobierno donde quienes ocupan cargos de relevancia, lugares que, dicho sea de paso, son espacios que no les pertenecen en forma individual, sino que son funciones que son delegadas por la ciudadanía a través de un determinado ordenamiento jurídico, y desde donde deben cumplir una tarea, una función, una misión al servicio de esa ciudadanía. Desde el puesto más encumbrado de la función pública, hasta el más modesto de los cargos.

La impronta, sin embargo, es todo lo contrario. Desde una cosmovisión más cercana a la del feudalismo, quienes acceden a ciertos cargos o puestos de relevancia parecen adquirir en forma espontánea alguna aureola de privilegios y comodidades ajenas al común de los mortales.

La reflexión viene a cuento de una situación un caso que observaba con frecuencia con una fiscal que vivía en mi barrio –el nombre no viene al caso ahora– a quien una camioneta de la fiscalía buscada todas las mañanas de su casa, cuando estaba de turno.

Posiblemente esa es la práctica establecida a nivel institucional. Admito mi falencia al no haber investigado. Pero el punto al que quiero llegar es el siguiente: por lo general esa camioneta esperaba largo tiempo, a veces más de media hora, con el motor en marcha, para mantener el acondicionador de aire encendido.

Un funcionario pagado con dieron público, quemando horas de combustible pagado con dinero del pueblo, para que otro funcionario público llegue hasta su lugar de trabajo. Multipliquemos este ejemplo, mínimo, por toda la elefantiásica administración estatal.

A propósito de este reciente trágico incidente de dos militares arrastrados por un raudal mientras iban a buscar a su jefe para llevarlo a su lugar de trabajo. Personal, vehículo y combustible pagados por el Estado. Así como la fiscal de nuestro ejemplo, ¿no podría todo un general de la nación montarse en su propio vehículo para ir a su lugar de trabajo?

Ejercicio de privilegios propios de una sociedad feudal, cuando debieran ser ejemplos de austeridad y de servicio a la ciudadanía. Esa ciudadanía que debe esperar horas un colectivo para ir a su trabajo como en una lata de sardinas.

Sin dudas, necesitamos alguna vez un gobierno que tenga la visión y el coraje de acomodar algunos tantos para que este país avance hacia la construcción de una sociedad verdaderamente democrática, más justa y equitativa.

jaroa@abc.com.py

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