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El alza de los precios de los carburantes, de los productos de la canasta básica, el aumento del costo de la energía, del pasaje del transporte público y el empeoramiento de la calidad de vida sirven de “combustible” para que se produzca lo que el monseñor alerta.
Muchos buscarán culpar a la crisis mundial, que sin embargo en nuestro caso llegó para profundizar las desigualdades de las que no se ocuparon en tiempo y forma nuestros gobernantes.
Decía el arzobispo: “Ojalá que no suceda un estallido social”.
Si fuera ustedes tomaría muy en serio sus palabras.
¡De verdad!...
Si bien nuestro país se define como un Estado laico, él representa a una institución influyente, con mucho poder. Es más, cercano a todos los poderes. Él sabe porqué lo dice y el momento en el que lo hace, que tampoco es al alzar.
Básicamente, accede a información privilegiada desde distintos sectores como líder local de una de las instituciones más poderosas del mundo, y porque de alguna u otra manera todos quieren quedar bien con Dios y no tanto con el Diablo.
“Antes que los conflictos sucedan es importante (recordar) lo que dijo el Papa hace siete años cuando estuvo en Paraguay: establecer una mesa de diálogo sin agendas paralelas, ocultas, sincerándonos. Muchas cosas se pueden resolver antes de que se conviertan en conflictos o protestas”, declaró al término de una de los ritos de la Semana Santa.
Y, seguidamente, se refirió sobre la clase política: “Los mandatarios y políticos deben estar al servicio del bien común porque están llamados a ser servidores (...) Muchos de ellos son católicos, cristianos y el mensaje de Jesús es que tenemos que estar al servicio unos de otros”.
El arzobispo sabe que eso último no se cumple y, entre líneas, también reconoce -y advierte- sobre la necesidad de cumplir con las reivindicaciones sociales que muy bien conoce él, y la iglesia misma, cuales son.
El aviso no explícito del arzobispo resume lo que puede provocar el hartazgo de la ciudadanía que sostiene un Estado burócrata, monstruoso y malgastador que no retorna en servicios a sus mandantes. E igualmente harta de una clase política que no hace más que gozar de privilegios y despilfarrar el aporte de los contribuyentes otorgando subsidios por doquier para proteger a grupos de poder y no precisamente para generar políticas públicas que contribuyan a sacar al país del fango.
Frenar los subsidios y los privilegios, fuentes directas de corrupción, requiere de valentía.
Hasta el momento, los actores políticos no se animaron a reformar el Estado, pese a anuncios grandilocuentes. A decir verdad, lo usan más como propaganda electoral o una muletilla que cuando las “papas queman” es rescatada de algún cajón olvidado.
En medio de todo eso, y aunque la advertencia del monseñor puede resultar preocupante, también se sigue esperando que la iglesia paraguaya recupere su protagonismo social, que sea la voz de la gente, que deje de ser meramente enunciativa, para convertirse en una institución que denuncia y acompañe la voz ciudadana.
Un estallido social, con las características de Paraguay, traería consigo violencia y muerte. Mayor inestabilidad de la que se sale con mucha dificultad. Y en las generalidades de las veces no produce cambios efectivos. Pero ...¿qué opciones tiene la ciudadanía?
Les dejo de tarea.