¡Señor, sí Señor!

Sobre la Autopista de Ñu Guasu, varados en la cola de vehículos que se forma cada mañana antes del viaducto de Calle Última viniendo de Luque (¿alguien puede explicar cómo rayos se lograba cruzar por allí antes?) y soportando a los avivados que adelantan por la banquina para complicar más aún la situación, padre e hijo observan al grupo de soldados de la Aviación que, en un camino interno de tierra de esa Unidad Castrense, realiza un vigoroso trote entonando animosos cánticos militares.

Cargando...

Efectivamente, guiados por el comandante del Pelotón tanto en la velocidad de su desplazamiento como en la entonación y ritmo de estas marchas, los aproximadamente 30 hombres jóvenes levantan polvo rojo mientras rezuman sudor y buena condición física. Al padre le da un déjà vu momentáneo, recordando tantas anécdotas del servicio militar obligatorio, y girando la cabeza le hace una seña al hijo, con un gesto del rostro denotando admiración por los militares, a lo que el hijo responde encogiéndose de hombros para luego acomodarse los auriculares y seguir escuchando su selección de Spotify: La brecha generacional quedó en evidencia.

Varias generaciones de paraguayos, algunas ya inexorablemente de salida, crecieron y se educaron bajo un régimen de gobierno autoritario; autoritarismo que decantaba hacia todos los estratos de la sociedad: La familia, el trabajo (con un Código Laboral muy favorable a los Empleadores), la Iglesia, las instituciones educativas y, en general, todos los círculos en los que los ciudadanos se desenvolvían normalmente. El superior, sea cual fuere su jerarquía, ostentaba de un poder por sobre el subordinado, que muchas veces se manifestaba en forma de una ventaja no precisamente cimentada en su mayor capacidad, sapiencia o experiencia, sino sencillamente en estar ubicado –por diferentes motivos-, en el palo ubicado más arriba. Y esto también daba lugar a la famosa Ley del Gallinero.

El “sí señor”, “a la orden”, “sí mi Fulano de Tal”, “a las órdenes Doctor”, eran expresiones más que comunes, que denotaban por un lado respeto hacia la persona, también obediencia, otras también una succión de calcetines, sea para la obtención de algún favor o sencillamente para congraciarse momentáneamente con el susodicho. Esta actitud de amabilidad obsecuente persiste aún, por lo que no siempre se puede creer en lo que se ve o escucha: Dicho de otra forma, puede que el “en seguida te traigo patrón” termine en una pérdida de tiempo y el billete entregado –cándidamente- por adelantado.

Existe quien opina –o más bien tira de repente como un comentario- que “las cosas funcionaban mejor cuando las estructuras eran más verticales”, y por consiguiente las instrucciones u órdenes no se debatían/discutían/objetaban sino sencillamente se cumplían. Esto es más sencillo de decir que de defender, y se debe analizar a la luz de las circunstancias especiales, el ámbito y los tiempos en que ocurrieron.

Efectivamente, la obediencia debida, también llamada obediencia jerárquica, es una situación en la cual una persona o grupo de personas tiene la obligación jurídica de obedecer a otra. Típica en las relaciones laborales y cadena de mandos militar. Uno de los defectos de este sistema surge cuando el subordinado o “mandado” queda eximido de la responsabilidad civil o penal por faltas o delitos cometidos en el cumplimiento de la orden impartida por un superior jerárquico.

Este argumento fue utilizado por muchos militares de alto rango de la Alemania nazi en los juicios de Nüremberg, en los que no fueron admitidos como recurso válido, entendiendo la jurisprudencia que la obediencia debida no exime de responsabilidad penal cuando el autor material sabía de la ilicitud manifiesta de la orden, tratándose en estos casos de violaciones de derechos humanos.

Así como es más fácil criticar un partido de fútbol desde las graderías que jugarlo sobre la cancha, es más cómodo alabar “las bondades” del autoritarismo desde una posición socioeconómica acomodada. Quien sufrió los apremios injustificados en carne propia, fue maltratado por un inútil con botas o basureado por un policía prepotente, sabe de la inmensa impotencia que se siente cuando el mejor argumento, el documento habilitante o sencillamente el sano sentido común son tirados al tacho, desplazados por alguien que se ampara en la orden superior, mal interpretada, mal intencionada y peor aún llevada a cabo.

Claro que nos gustaría escuchar más a menudo a nuestro hijo diciendo ¡Sí papá! Para luego levantarse más temprano a sacar la basura, y percibir que las cosas en general funcionan mejor y más rápido porque las instrucciones se acatan y no se objetan, pero es mucho mejor seguir trabajando por aprender y enseñar a pensar por nosotros mismos, elegir mejor a las autoridades y ser uno mismo probo para dar instrucciones, y antes impulsar a la gente a hacer las cosas correctamente por el ejemplo dado que la orden impartida.

No existió una época mejor a la que estamos viviendo, con sus luces y sombras es cierto, pero con infinitas posibilidades al alcance de la gran mayoría de las personas, y esa sola certeza debe ser suficiente para desafiarnos como sociedad e individuos a aceptar solamente la irrefutabilidad de la fe y los principios éticos, y por otro lado objetar y objetarnos y no aceptar nada como lo único cierto y la única manera de hacer las cosas.

Enlance copiado
Content ...
Cargando...Cargando ...