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La corrupción copa las instituciones y las envilece para utilizarlas en su avance. La corrupción irrumpe en la política, se apodera de los partidos políticos, los somete, los convierte en base de operaciones y los llena de serviles con los que usurpará el Estado. La institucionalidad estatal será sustituida por la corrupción institucionalizada.
Las fuerzas morales que osan resistir a la barbarie son manoseadas, enlodadas para hacerlas desistir de su intento. La corrupción invade la justicia, que deja de ser instrumento de igualdad de derechos para erigirse en garrote del corrupto. La Corte Suprema, el Ministerio Público, la magistratura pasan a militar en la corrupción corporativa.
Este proceso lo conocemos porque lo vivimos cotidianamente. Lo del domingo 30 de enero en San Bernardino es un ejemplo. Tres narcos buscados comparten un sector VIP con total impunidad; un sicario mata a uno, hiere a dos y, como “efecto colateral”, le quita la vida a una apreciada ciudadana. Esa noche, la orden de captura de uno de los heridos fue borrada del sistema informático policial. La misma policía se puso a lanzar hipótesis delirantes como queriendo desviar la atención, en indicio inequívoco de corrupción policial para proteger a narcos.
El viernes 3 de febrero, Arnaldo Giuzzio, ministro del Interior, expuso un esquema de contrabando y de lavado de dinero en nuestro país con datos que no fueron contestados por el sector acusado, dentro del cual se halla la Bolsa de Valores a la que Giuzzio calificó de “bolsa de delincuentes”. En un país de instituciones sanas, el Ministerio Público debió saltar a hacerse cargo del tema. Pero sabemos de qué lado está el Ministerio Público en el Paraguay.
La corrupción habita en los poderes del Estado, en los ministerios, en las gobernaciones, en los municipios, en los entes de servicio y tiene su plataforma de sostén en la política. La corrupción es la mayor tragedia nacional, porque de ella derivan miles de muertes evitables y el sufrimiento de tanta gente a la que la mafia, estatal o privada, le ha robado todo. La corrupción crea potentados corruptos que son admirados por su “capacidad” y terminan desplazando de la sociedad a los decentes.
Y en medio de esta ciénaga se debe construir la esperanza de recuperar el tejido moral de la nación. Y aunque parezca una cursilería, necesitamos soñadores, gente que no tema al lodo donde se debe asentar el cimiento de la reconstrucción. Personas con ética que agiten las conciencias y lideren la batalla cívica de la decencia contra la perversión.