El pequeño restaurante de esta ciudad de más de un millón de habitantes, situada en la costa norte de Java, abrió sus puertas en abril.
Para los clientes que tienen algunos reparos ante una sopa con albóndigas servida en un “plato-retrete”, el Jamban (retrete en indonesio) pone a su disposición unas bolsas higiénicas para vomitar.
“Al principio sentí asco, pero al final comí una parte de la comida por curiosidad” , explica Mukodas, un hombre de 27 años ante una sopa servida en una taza de inodoro.
Otra clienta, Annisa Dhea, de 15 años, también sintió repulsión pero luego se tranquilizó cuando el propietario le explicó que la comida era “sana e higiénica” .
El propietario, Budi Laksono, que había trabajado para las autoridades locales como especialista en sanidad, discute con sus clientes y muestra con su ordenador portátil videos para convencerlos del uso regular de los retretes.
Millones de indonesios viven bajo el umbral de pobreza en un archipiélago que tiene uno de los índices de defecación al aire libre más altos del mundo, una práctica que contribuye a la transmisión de enfermedades.
“Este café nos recuerda que numerosas personas en Indonesia siguen sin tener baños” , dice Laksono, de 52 años.