El Día Mundial del Salami se celebra el 7 de septiembre. El salami o salame nace de una necesidad ancestral: preservar carne en climas templados mediante sal, aire y tiempo.
En diversos territorios europeos se consolidó como alimento de resguardo para estaciones frías y como signo de oficio chacinero.
Con la expansión de la ganadería y el comercio, su elaboración se diversificó, dando lugar a estilos con distintos granos, especias y proporciones de carne y grasa.
Hoy conviven versiones artesanales de pequeña escala con producciones industriales estandarizadas.
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Cómo se hace: ciencia del curado

- Materia prima: se emplea carne magra y grasa firme, con selección sanitaria rigurosa. La proporción de grasa suele rondar entre 20% y 30% para una mordida jugosa sin untuosidad excesiva.
- Molido y mezclado: la granulometría define estilo y textura. La mezcla integra sal, especias (pimienta, ajo, a veces vino) y cultivos iniciadores.
- Fermentación láctica: bacterias seleccionadas acidifican la masa, bajando el pH a rangos típicos de 4,8–5,3. Esto aporta seguridad microbiológica y notas ácidas sutiles.
- Secado y maduración: en condiciones controladas de temperatura y humedad (habitualmente 10–15 °C y 75–85% HR), el embutido pierde agua de forma gradual. El objetivo es reducir la actividad de agua y consolidar estructura y sabor.
- Flora superficial: mohos nobles como Penicillium nalgiovense forman una corteza protectora que modula la deshidratación y agrega matices aromáticos.
- Enfundado y atado: tripas naturales o colágeno determinan el intercambio de humedad y la forma final.
Secretos del sabor y la textura
- Grasa de calidad: la grasa dura, bien fría, evita “embarrar” la mezcla y mejora la definición del grano.
- Oxidación controlada: el manejo del oxígeno es clave para mantener color y evitar rancidez. El agregado regulado de nitrito/nitrato, dentro de límites establecidos por normativa alimentaria, contribuye al color estable y a la seguridad frente a Clostridium botulinum.
- Tiempo y paciencia: la maduración lenta permite reacciones enzimáticas que redondean el umami. Un secado demasiado rápido “caseifica” la periferia y deja el centro húmedo; demasiado lento aumenta riesgo de defectos.
- Balance de especias: la pimienta negra molida gruesa, el ajo y notas vínicas o alcohólicas deben acompañar, no tapar, el perfil cárnico.
- Molienda y amasado: una mezcla homogénea sin sobretrabajar mantiene el grano visible y una mordida elástica, no gomosa.
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Seguridad y calidad: lo que conviene saber

- Etiquetado: buscá información sobre fecha de elaboración, temperaturas de conservación y porcentajes de carne y grasa.
- Conservación: piezas enteras pueden colgarse en ambientes frescos y ventilados; una vez cortadas, conviene refrigerar en envase que permita respirar la corteza, evitando condensación.
- Corte y servicio: rebanadas finas realzan aromas; temperaturas demasiado frías aplacan el perfume y la sensación grasa.
- Salud pública: la FAO y organismos de inocuidad alimentaria recomiendan observar buenas prácticas de elaboración, control de pH/aw y uso responsable de aditivos. Estudios en revistas especializadas de ciencia cárnica vinculan el perfil de fermentación y la flora protectora con menor riesgo de patógenos.
Estilos y variaciones
Existen salames de grano fino o grueso, ahumados o no, con notas picantes o herbales, y versiones que incorporan frutos secos o vinos locales.
Las indicaciones geográficas protegen métodos y materias primas tradicionales, mientras la industria propone formatos uniformes para sándwiches y picadas.
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Cómo elegir y maridar
Buscá piezas con corteza limpia, sin olores punzantes a solvente o humedad rancia.
El interior debe mostrar color uniforme y brillo moderado de la grasa.
En maridajes, la acidez y el salado del salami combinan bien con bebidas de buena frescura y burbuja, quesos de pasta semidura y panes de fermentación natural.