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Una de las principales preguntas que nos es hacemos es: ¿Cuándo está bien tener un gesto de acercamiento y cuándo queda radicalmente desubicado? Por supuesto, no hay una única respuesta, porque este tipo de manejos depende no solo de una cuestión protocolar y situativa, sino también de los usos y costumbres culturales.
A un familiar lo saludaré de una forma, a un colega de trabajo que no veo hace tiempo, quizás de otra. Pero no saludaré a todos por igual independientemente de su procedencia.
¿Qué pasa si ese familiar vivió muchos años en un país europeo donde no se estila darse un beso en la mejilla, mientras que el colega es alemán pero vive desde hace una década en México, donde el saludo es totalmente distinto a su lugar natal?
Aplicamos todo el tiempo muchísimas variables que analizamos incluso sin notarlo, y transformamos toda esa información en un simple gesto adaptado a la situación.
"Todos tenemos zonas de distancia y sólo queremos contacto de determinadas personas cuando se trata de esos lugares", explica la psicóloga Julia Scharnhorst. Hay algo que suele ser igual más allá de las culturas. Uno permite un mayor acercamiento de los amigos más cercanos que de las personas extrañas, está claro.
"Pero hoy en día suele suceder que las personas están hiperestimuladas a través de las redes sociales y que tienen a necesitar más espacio para sí mismas", sostiene Christine Sowinski, que trabaja con personas mayores.
El boom del wellness demuestra, sin embargo, que existe una gran necesidad de tener contacto físico asexual, observa Scharnhorst. El ser humano necesita tener contacto físico. De hecho, si los niños sienten poco contacto pueden padecer ciertos trastornos de desarrollo o tener comportamientos llamativos.
Ute Repschläger, directora de la Asociación de Psicoterapeutas Alemana, destaca la importancia de ese tipo de contactos. "Lo notamos mucho en el cuidado de las personas mayores, sea en un hogar o cuando los visitamos. Cuando les ponemos la mano en el hombro, florecen", cuenta la especialista.
En el trabajo con gente joven también es notable la diferencia que hace el contacto físico en su desarrollo corporal y psíquico. Hasta los contactos mínimos que alguien pueda llegar a tener a lo largo de un día pueden hacer una gran diferencia.
Que alguien apoye la mano en el hombro del otro mientras le habla puede generar un cambio radical, y no por una cuestión de deseo, por supuesto, sino por el simple hecho de que el cuerpo secreta lo que se conoce como "hormona de la felicidad", oxcitocina y dopamina.
Es más, el contacto puede impactar positivamente en el sistema inmunológico y hasta ayudar en casos de depresión. "El contacto físico es vital. Sin él, enfermamos", asegura Repschleger.
Si observamos los parámetros básicos, no importa quién sea el agente. Incluso puede tener un buen efecto si nosotros mismos nos acariciamos, por ejemplo, al ponernos una crema. Pero claro, si la caricia o el contacto viene de alguien con el que tenemos un vínculo fuerte, la experiencia es más intensa. De todos modos, es necesario establecer un vínculo de confianza antes de que el contacto tenga ese efecto de bienestar.
El déficit de contacto, que suele afectar a personas mayores, puede compensarse a través de actividades como algún baile o movimiento que requiera de tomar de las manos a otro, por ejemplo. Hasta acariciar a animales tiene un efecto positivo. "No reemplaza un vínculo de amor con otra persona, pero el contacto con el animal puede hacer una diferencia enorme, sobre todo en gente que vive muy sola".
En definitiva: abrace más a sus seres queridos.