Microagresiones en el trabajo: qué son y cómo enfrentarlas sin perder autoridad

Las microagresiones, sutiles pero persistentes, deterioran la confianza y la productividad en el entorno laboral. Afectan a diversos grupos y se manifiestan en comentarios y actitudes que perpetúan prejuicios, generando un clima tóxico que las organizaciones deben abordar urgentemente.

Concepto de microagresiones en el trabajo.
Concepto de microagresiones en el trabajo.Nanzeeba Ibnat

Las microagresiones —comentarios, gestos o comportamientos sutiles que transmiten prejuicio o menosprecio hacia una persona o grupo— llevan años normalizadas en oficinas, videollamadas y pasillos corporativos.

No suelen ser abiertamente hostiles, pero sí constantes: preguntas sobre “de dónde sos en realidad”, bromas sobre acentos, interrupciones sistemáticas, dudas recurrentes sobre la competencia de una mujer o la infantilización de personas jóvenes.

Concepto de microagresiones en el trabajo.
Concepto de microagresiones en el trabajo.

Su impacto, señalan especialistas en clima laboral, no es menor: erosionan la confianza, elevan el estrés y merman la productividad.

En un mercado donde la autoridad también se juega en el día a día —cómo se lidera una reunión, cómo se definen límites—, la pregunta es doble: cómo identificar las microagresiones y cómo responder sin quedar encasillado como “susceptible”, “conflictivo” o “débil”.

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Qué son y por qué importan

El término microagresión se usa para describir actos cotidianos, a menudo no intencionales, que encierran un sesgo por razones de género, raza, edad, orientación sexual, discapacidad, religión o clase social.

Los investigadores suelen distinguir tres formas frecuentes:

  • Microinsultos: comentarios o actitudes que transmiten rudeza o insensibilidad (“Sorprende que lo hayas hecho tan bien”).
  • Microinvalidaciones: minimizan experiencias o identidades (“No veo color, aquí todos somos iguales”).
  • Microataques: acciones más directas, aunque sutiles, que excluyen o menosprecian (ignorar a alguien en el saludo o dirigirse siempre a otra persona para validar sus ideas).

Aunque parezcan “pequeñas”, su acumulación tiene efectos tangibles: rotación de talento, silenciamiento de voces, decisiones más pobres y un clima de bajo compromiso.

En ambientes híbridos, además, pueden pasar desapercibidas: cámaras apagadas cuando solo habla una persona, chistes en chats paralelos, dejar sistemáticamente fuera de invitaciones a ciertos perfiles.

¿Por qué siguen ocurriendo?

La mayoría de las microagresiones no nace de la malicia, sino de sesgos inconscientes y dinámicas de poder arraigadas.

Concepto de microagresiones en el trabajo.
Concepto de microagresiones en el trabajo.

También ayudan ciertos mitos corporativos: la falsa neutralidad (“aquí no hay discriminación”), el culto a la “broma interna” o la urgencia por “no hacer olas”, que desincentivan el llamado de atención.

La falta de protocolos claros y formación en liderazgo añade ruido: managers que evitan intervenir por temor a “complicarse” terminan avalando con su silencio.

El dilema de la autoridad

Responder a una microagresión expone a un riesgo reputacional, especialmente para quienes ya enfrentan estereotipos.

Mujeres catalogadas de “agresivas” por marcar límites, personas racializadas vistas como “hipersensibles”, o jóvenes tildados de “faltos de temple”.

La clave, según coaches y consultoras de diversidad, está en intervenir de forma proporcional, con foco en el comportamiento (no en la persona) y vinculando la respuesta con los objetivos del equipo.

Tácticas para responder sin perder terreno

  • Nombrar el hecho de manera específica y neutral. En lugar de “eso es racista/sexista”, optar por “Ese comentario asume X sobre Y; no ayuda al objetivo de esta reunión”. Poner el foco en el impacto y el contexto evita que la conversación se convierta en un juicio moral.
  • Usar mensajes en primera persona. “Cuando se me interrumpe, pierdo el hilo y el equipo se retrasa. Termino esta idea y luego seguimos.” Es directo, medible y difícil de discutir.
  • Pedir clarificación con curiosidad estratégica. “¿Qué quisiste decir con ‘para tu edad’?” Muchas veces, invitar a explicar expone el sesgo sin confrontación abierta.
  • Redirigir al objetivo. “Volvamos a los criterios técnicos. La universidad de alguien no es lo relevante para este caso.” Refuerza estándares de mérito y evita desvíos personales.
  • Establecer límites y acuerdos de proceso. Proponer reglas de reunión (turnos de palabra, chat para preguntas, facilitación rotativa) reduce interrupciones y monopolios.
  • Documentar patrones. Registrar fecha, situación y testigos ayuda a detectar recurrencias y a sustentar una escalada formal si fuera necesario.
  • Activar aliados. Acordar señales o intervenciones con colegas (“Déjenla terminar”, “Me gustaría volver a la idea de X”) distribuye la carga y legitima la corrección.
  • Elegir el canal adecuado. Algunas correcciones son más efectivas en público (para frenar una conducta reiterada que afecta al grupo); otras, mejor en privado (cuando se anticipa defensividad o vergüenza). La regla: proteger la dignidad de todos sin ceder en el estándar.
  • Cuidar el tono y el lenguaje corporal. Voz firme, frases breves, pausas y contacto visual (o cámara encendida, si es virtual) transmiten control, no enojo. La autoridad se percibe tanto en el contenido como en la forma.

Ejemplos prácticos

  • Interrupciones repetidas: “Un momento. Quiero terminar esta idea y después recojo tus puntos.” Si persiste, acordar una dinámica de turnos o pedir a quien modera que intervenga.
  • Comentarios sobre apariencia o acento: “Prefiero que nos enfoquemos en el plan. Los comentarios personales no aportan.” Si hay confianza, añadir: “Ese tipo de observaciones puede incomodar.”
  • Dudas constantes sobre competencia: “Para evitar reprocesos, consolidemos criterios y roles. Yo me encargué de X en proyectos previos y lo aplicaré aquí. Si hay preguntas, las resolvemos en esta reunión para que el equipo avance.”
  • Atribución errónea de ideas: “Gracias. Esa propuesta la presenté hace unos minutos; me gustaría que la retomemos desde ahí y sumemos tus aportes.”

El papel del liderazgo y de la empresa

Más allá de las respuestas individuales, las organizaciones tienen responsabilidad. Las buenas prácticas incluyen:

  • Formación a managers en sesgos y habilidades de intervención.
  • Protocolos claros y confidenciales para reportar incidentes.
  • Métricas de participación en reuniones y asignación de proyectos de alto impacto.
  • Evaluaciones de desempeño que reconozcan conductas inclusivas y sancionen patrones excluyentes.
  • Comunicación sostenida desde la dirección que marque estándares y consecuencias.

La consistencia importa: una política sin aplicación real puede empeorar el clima, porque desalienta a quienes se animan a reportar.

Marco legal y límites

En muchos países, las microagresiones no tipifican por sí mismas una falta legal, pero pueden integrar un patrón de acoso o discriminación sancionable.

Documentar, conservar evidencias y acudir a recursos internos (Recursos Humanos, canal de denuncias) es clave. Si no hay respuesta o la situación escala, evaluar asesoría legal externa puede ser necesario.

Cuidar el desgaste

Responder a microagresiones consume energía. Alternar quién interviene, tomar pausas, buscar espacios de apoyo y, si la cultura no cambia, considerar opciones de movilidad interna o externa, también es ejercer autoridad sobre la propia trayectoria.

La autoridad, en última instancia, no se trata solo de hablar más fuerte, sino de fijar estándares de respeto y eficacia. Nombrar lo que erosiona el trabajo y encauzarlo con firmeza y claridad no es “hacer olas”: es liderar.

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