La imagen de la niñez como etapa de juego y descubrimiento parece desvanecerse en ciertas familias urbanas de América Latina, donde abundan talleres, deportes y clases extracurriculares que buscan moldear infancias “exitosas”.
Según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), los trastornos de ansiedad afectan hoy a uno de cada ocho niños en el mundo. En América Latina, estudios realizados por Unicef y la Asociación de Pediatría Latinoamericana advierten que casi el 40% de menores urbanos participa en al menos tres actividades extracurriculares semanales.
Psicólogos como Mariana Galli, especialista en desarrollo infantil, advierten: “Un exceso de actividades planificadas puede dejar a los chicos sin tiempo para el descanso, la creatividad y el juego libre, claves para un desarrollo emocional saludable”.
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El fenómeno se agrava cuando, ante los logros o ausencias de rendimiento, se instalan discursos de autoexigencia y competencia, potenciados por entornos familiares o escolares.
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En una encuesta regional de 2023 sobre bienestar infantil, el 62% de los niños expresó sentir presión por cumplir con altas expectativas, mientras que uno de cada cinco manifestó síntomas de estrés o ansiedad ligados a la sobrecarga de obligaciones.
Las consecuencias
Especialistas en salud mental infantil sostienen que la llamada “hiperexigencia” no solo atraviesa clases acomodadas, sino que se expande por influencia de redes sociales, modelos aspiracionales y una cultura que asocia la agenda llena con éxito y autoestima.
La evidencia muestra que las rutinas saturadas pueden traducirse en dificultades para dormir, bajo rendimiento escolar, irritabilidad y hasta retraimiento social.
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Frente a este escenario, diversas organizaciones pediátricas y educativas señalan la importancia de que madres, padres y cuidadores reconsideren el sentido de la infancia, priorizando tiempos de ocio, diálogo y juego espontáneo.
El bienestar integral, resaltan los expertos, depende tanto de la estimulación lúdica como del respeto a los ritmos y necesidades propias de cada niño.
Cómo abordar esta situación
Cuando la infancia se ve atravesada por rutinas recargadas, celebraciones excesivas o exigencias que poco tienen que ver con sus verdaderas necesidades, es momento de detenerse y revisar las prioridades.
En lugar de imponer agendas llenas de compromisos, es fundamental recuperar espacios de diálogo en casa, donde los niños puedan expresar sus intereses, emociones y deseos sin miedo ni juicio.
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El juego libre y espontáneo debe ocupar un lugar central. No se trata de organizar actividades constantes, sino de permitirles explorar, aburrirse, crear.
Respetar sus tiempos de descanso, su autonomía y sus ritmos individuales –sin caer en comparaciones ni presiones externas– es una forma concreta de cuidar su salud emocional.
El ocio creativo también es clave: dibujar, leer, salir a caminar, ensuciarse con barro o inventar mundos con cartones y papeles. Todo eso construye una infancia rica, auténtica. Y cuando los adultos participan de ese juego, no solo fortalecen el vínculo afectivo, sino que les transmiten confianza y presencia real.
Acompañar la crianza también implica mantener una comunicación fluida con educadores y docentes. Escuchar sus observaciones, coordinar estrategias y pensar en conjunto el bienestar integral de cada niño es una parte esencial del proceso.
Finalmente, vale la pena detenerse a pensar críticamente en los mensajes y expectativas sociales que giran en torno a la infancia y sus celebraciones. ¿Qué estamos festejando? ¿Para quién es la fiesta? ¿Qué sentido tiene? Solo desde esa reflexión honesta podremos construir espacios más sanos y respetuosos para crecer.