Con la llegada del invierno o el cambio de estaciones, los virus respiratorios reaparecen como una amenaza latente. Aunque muchas veces se los asocia con cuadros leves, lo cierto es que pueden escalar rápidamente en gravedad dependiendo de a quién afecten.
La gripe, el resfriado común, el virus sincitial respiratorio (VSR) y el covid comparten una misma puerta de entrada: el sistema respiratorio humano. Pero sus consecuencias no son iguales para todos.
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Hay personas que, por edad, estado inmunológico o condiciones previas, están expuestas a un riesgo significativamente mayor de desarrollar complicaciones severas.
Los virus respiratorios son altamente contagiosos. Algunos de ellos, como el rinovirus, suelen limitarse a síntomas molestos, pero pasajeros, como congestión nasal, tos o malestar general.
Otros, en cambio, como la influenza o el coronavirus, pueden derivar en neumonías, cuadros febriles persistentes o crisis respiratorias agudas.
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A lo largo de las últimas décadas, la evidencia científica ha confirmado que la respuesta del cuerpo frente a estos patógenos varía ampliamente según la persona, y que esa variabilidad tiene mucho que ver con el terreno sobre el cual actúan.
Grupos de riesgo
Los adultos mayores, especialmente quienes superan los 65 años, enfrentan una disminución natural en la eficacia del sistema inmunológico.
Esta menor capacidad de respuesta, sumada muchas veces a la presencia de enfermedades crónicas, los convierte en uno de los grupos más expuestos. No es casual que las campañas de vacunación prioricen a este sector cada año, en un intento de reducir hospitalizaciones y mortalidad.
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En el otro extremo de la vida, los bebés y niños pequeños también figuran entre los más vulnerables. Su sistema inmune aún está en formación y sus vías respiratorias son más pequeñas y propensas a obstrucciones.

El virus sincitial respiratorio, por ejemplo, puede provocar bronquiolitis o neumonía en menores de dos años con una facilidad alarmante, y cada temporada invernal deja cifras concretas de ingresos pediátricos por esta causa.
Las personas con enfermedades crónicas como asma, EPOC, insuficiencia cardíaca, diabetes o enfermedades renales viven con un umbral de riesgo más alto frente a cualquier infección respiratoria. En muchos casos, un simple cuadro gripal puede descompensar el control de su enfermedad de base y generar una cadena de efectos que lleva a la internación.
También están los pacientes inmunocomprometidos, como quienes conviven con VIH, han recibido un trasplante de órgano o están en tratamientos que suprimen su sistema inmunitario, como la quimioterapia.
Estos pacientes no solo tienen menos defensas, sino que, a veces, ni siquiera logran desarrollar una respuesta adecuada a las vacunas. Para ellos, evitar la exposición a los virus es una cuestión de supervivencia.
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Las mujeres embarazadas constituyen otro grupo con riesgos aumentados. Durante la gestación, el cuerpo atraviesa cambios fisiológicos que afectan la respuesta inmunológica y la función pulmonar. Esta combinación puede hacer que una infección viral que en otras circunstancias sería leve, derive en complicaciones respiratorias más serias.
Complicaciones y formas clave de prevención
Cuando estos virus logran avanzar sin control, las complicaciones no tardan en aparecer. Las más frecuentes incluyen neumonías, infecciones bacterianas secundarias, crisis asmáticas, exacerbaciones de enfermedades cardíacas e, incluso, en los casos más extremos, síndrome de dificultad respiratoria aguda o fallo multiorgánico.
No son escenarios excepcionales: forman parte de la carga sanitaria que cada temporada desafía a hospitales y centros de salud en todo el mundo.
Frente a este panorama, la prevención se vuelve una herramienta de primer orden. Las campañas de vacunación contra la gripe y el covid no solo buscan reducir la propagación, sino también atenuar la gravedad de los cuadros clínicos.
A eso se suman medidas simples, pero efectivas, como el lavado frecuente de manos, la ventilación de espacios cerrados, el uso de mascarilla en ambientes de riesgo o la recomendación de evitar el contacto con personas enfermas.
Otro punto clave es el control de las enfermedades crónicas. Seguir los tratamientos médicos indicados, asistir a los chequeos regulares y mantener una buena adherencia a la medicación es, en muchos casos, lo que define si una persona entra o no en un cuadro crítico cuando se contagia un virus respiratorio.