Día Nacional del Psicólogo: por qué también el psicólogo necesita terapia

Aunque son expertos en comprender y guiar a otros en su camino hacia la salud mental, los psicólogos también enfrentan sus propios desafíos personales y profesionales. Hoy, en el Día Nacional del Psicólogo, hablamos sobre la importancia de ir a terapia.

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Psicoterapia.Shutterstock

El Día Nacional del Psicólogo se celebra en Paraguay el 22 de mayo, y es una fecha para reconocer y valorar el trabajo de aquellos profesionales que contribuyen al bienestar mental y emocional de las personas. En este contexto, es importante reflexionar sobre un tema a menudo ignorado: la necesidad de terapia para los mismos psicólogos.

La naturaleza del trabajo del psicólogo

El papel de un psicólogo va más allá de simplemente escuchar los problemas de sus pacientes. Requiere una profunda empatía, habilidades de comunicación y una capacidad innata para entender los complejos entresijos del comportamiento humano.

La terapia psicológica es esencial para mejorar las relaciones personales, superar trastornos y hasta alcanzar el éxito. Te contamos una lista de los motivos principales para ir a consulta.
Terapia psicológica.

Están constantemente expuestos a un alto nivel de estrés emocional, ya que absorben y procesan los problemas ajenos, desde traumas personales hasta crisis existenciales. Esta exposición continuada puede desgastarlos emocionalmente.

Cuando el que escucha también necesita hablar: el estrés silencioso de los psicólogos

Escuchar, contener, acompañar, ser testigo diario del dolor ajeno: esa es la esencia del trabajo de un psicólogo. Pero pocas veces se habla del otro lado del escritorio: del peso que implica sostener a otros sin caerse uno mismo.

Aunque muchos lo ignoran, los psicólogos también enfrentan factores de estrés muy específicos. Y no, no se trata solo del desgaste profesional: se trata de una carga emocional que, si no se gestiona bien, puede derivar en un profundo agotamiento.

Uno de los principales desafíos es la sobreexposición emocional. Atender a personas atravesadas por el trauma, la ansiedad, el duelo o la desesperanza, día tras día, puede ir erosionando la estabilidad interna del terapeuta.

Esta acumulación, casi imperceptible al principio, puede desembocar en el conocido burnout emocional, una forma de fatiga crónica que no solo afecta el rendimiento, sino también la salud mental del profesional.

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A eso se suman las cargas laborales exigentes. Muchos psicólogos trabajan jornadas extendidas, con escasos descansos entre pacientes y una agenda cargada de casos complejos. La demanda no es solo intelectual: es humana, emocional, sostenida. Y todo eso, sin margen de error.

Además, pesa una expectativa tácita: la de estar siempre emocionalmente disponible, profesionalmente impecable, con las palabras justas y la contención lista. Pero detrás del rol de terapeuta hay una persona que también se cansa, se frustra, se angustia.

Como cualquier otro profesional, los psicólogos intentan equilibrar su vida personal con la laboral. Pero no es fácil desenchufarse cuando el trabajo consiste en lidiar con el dolor humano, incluso en su forma más cruda. Volver a casa no siempre significa descansar.

El poder de hacer terapia siendo terapeuta

Por eso, los psicólogos también recurren a la terapia como una forma vital de autocuidado. En ese espacio, ellos también pueden detenerse, revisar sus emociones, explorar sus propias heridas y cuidar su salud mental.

Hacer terapia siendo terapeuta permite, además, crecer profesionalmente. No solo porque amplía herramientas clínicas, sino porque permite mirar la práctica con otros ojos. Se convierte en una experiencia doble: íntima y técnica, personal y formativa.

Además, ofrece la posibilidad de reforzar la empatía y cultivar la autocompasión. Dos cualidades esenciales para acompañar a otros, pero que muchas veces se les niegan a sí mismos. Porque no basta con saber escuchar: también hay que aprender a escucharse.

Los psicólogos, como todos, necesitan espacios de descarga, de validación, de cuidado. Porque sostener a otros no los vuelve invulnerables. Al contrario: los vuelve más conscientes de la necesidad urgente de sostenerse también a sí mismos.

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