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Lúculo (s. I a.C.)
Si bien fue un gran militar romano, vencedor de numerosas batallas, pasó a la historia como un legendario sibarita, amante de la buena cocina, y protector de las artes y la cultura.
Lucius Licinius Lucullus, conocido en la historia como Lúculo, nació en Roma cerca del año 118 a.C. en el seno de una familia acomodada. Llevaba el nombre de su padre y su abuelo, y los tres llegaron a ejercer el cargo de Cónsul en la antigua República Romana. El historiador griego Plutarco escribe una biografía de Lúculo, 150 años después de los hechos, dedicándole un capítulo entero en su obra Vidas paralelas. Lo describe como un hombre “de gallarda estatura, de buena presencia y elegante en el decir”, que había recibido una excelente instrucción y hablaba correctamente las lenguas griega y latina. De gran fortuna y vastísima cultura, era recordado como protector de las artes y las letras, fue el único romano notorio en la República tardía que construyó una biblioteca pública.
Plutarco se encargó de relatar en extenso su fase de militar: se deshace en elogios acerca de la inteligencia, bravura y humanidad de Lúculo (cosa esta última que parece inexplicable, ya que liquidó a 300.000 enemigos). En cuanto a sus invariables triunfos, nos cuenta Plutarco que en una batalla, en la que los romanos eran inferiores en proporción de 1 a 20, murieron más de cien mil hombres de los soldados de Mitridates, y los romanos tuvieron cien heridos y cinco muertos.
Nace la leyenda
Durante todas sus campañas, Lúculo amasó una enorme fortuna y regresó convertido en el hombre más rico de Roma. En el año 66 a.C. se retiró de la vida política y militar para dedicarse a las artes y las satisfacciones del ocio. Se construyó una espectacular mansión en el monte Pincio (una de las siete colinas de Roma), de la cual hasta hoy se conservan sus espléndidos jardines, los llamados Horti Lucullani (como parte de la Villa Borghese, hoy un parque público de 80 ha), un lugar tan fastuoso que no sería igualado hasta los tiempos de Nerón y su Domus Aurea.
Tenía en Túsculo (en la costa cerca de Nápoles) otra gran villa de verano, donde reunió su célebre colección de arte y construyó un acueducto para alimentar sus viveros con agua de mar y cultivar peces exóticos, con cascadas que se precipitaban en el mar.
Cada uno de los 12 salones de su residencia romana tenía un mobiliario, un servicio y una cocina personalizados y estaba dedicado a una divinidad diferente. Según la importancia de sus invitados o la estima que deseaba testimoniarles, Lúculo los recibía en una u otra sala. El salón Apolo estaba destinado a los festines más costosos.
Las cenas cotidianas de Lúculo eran un derroche de riqueza, no solo en paños de terciopelo púrpura, en vajilla, pedrería, en entretenimientos, sino en los manjares más raros, delicados y exquisitos, como la cereza, el durazno, la manzana persa y el damasco, todos frutos que él introdujo en Roma.
Desde la puerta de su palacio se respiraban exquisitos perfumes de Asia; los muebles eran de una magnificencia extraordinaria y durante las cenas a las que convidaba diariamente a un gran número de amigos (entre ellos, Cicerón y Pompeyo), recreaba sus oídos con músicos escogidos y amenizaba con la lectura de los mejores autores griegos y romanos. Tenía igualmente una magnífica biblioteca abierta siempre a las personas instruidas y un museo compuesto de las mejores obras de pintura y escultura. Este es el origen de la expresión “cenas luculianas”: la exquisitez en la mesa iba unida al fomento de la cultura.
El lujo y la opulencia que le rodeaban eran de tal magnitud que se convirtió en el paradigma del refinamiento. La palabra inglesa luxury, que se emplea para expresar lujo, refinamiento y exquisitez, deriva de lucullian, adjetivación del nombre de Lúculo.
Hoy Lúculo cena con Lúculo
Cenaba un día solo, y sus criados le prepararon una única mesa y una cena modesta. Molesto con ello, hizo llamar a su mayordomo, y como este le respondiese que no habiendo ningún convidado creyó que no querría una cena más abundante, le dijo: “¡Pues cómo! ¿No sabías que hoy Lúculo cena con Lúculo?”. Y, a continuación, se hizo servir un esplendoroso banquete que disfrutó él solo. Esta frase suya pasó a la historia y se usa para indicar que un exquisito en la mesa lo es en todo momento, sin necesidad de tener invitados, y que un epicúreo lo es de corazón, no por aparentar.
Lúculo murió de una apoplejía cerca del año 56 a.C., siendo largamente llorado por el pueblo, que tenía en él a uno de los personajes más populares y estimados de Roma.
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