Volver a Paraguay después de ocho años en Rotterdam es una experiencia reveladora. Llegué por un mes con mi esposa y mis dos hijos. En los Países Bajos aprendimos a vivir sin auto, moviéndonos en bicicleta y transporte público. Allá, esto no es un acto heroico, sino parte de la vida cotidiana. Aquí, en cambio, cada vez que lo cuento me miran incrédulos, como si se tratara de una rareza imposible de replicar.
La ciudad que encontré en este regreso es distinta y, al mismo tiempo, demasiado parecida. Creció hacia arriba, con nuevos edificios, y hacia los costados, con barrios más lejanos. Hay más asfalto, más autos y más motos importadas. Sin embargo, persisten los mismos baches, los mismos cables enredados, la misma inequidad urbana que separa a quienes pueden costear un automóvil privado de quienes dependen de un transporte público cada vez más deteriorado.
Existen tramos de bicisendas, pero muchos terminan convertidos en estacionamientos improvisados sin sanción alguna. El bus perdió usuarios; la moto se volvió la alternativa de miles de trabajadores; y los combustibles fósiles importados alimentan un modelo de movilidad caro y frágil. La foto de nuestras ciudades es clara: seguimos planificando para el automóvil particular y no para las personas.
En Países Bajos ocurre lo contrario. Allí la ciudad se diseña de manera sistemática desde una perspectiva de salud pública y equidad. Calles, ciclovías y transporte se planifican pensando primero en los más vulnerables: niños, personas mayores, mujeres que cargan con múltiples tareas y usuarios con discapacidad. El objetivo no es solo mover personas, sino garantizar acceso seguro, inclusión social y bienestar. Ese enfoque integral es la base de su prosperidad urbana.
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En Paraguay, en cambio, todavía creemos que más autopistas y más autos equivalen a progreso. Incluso las propuestas de reforma del transporte público en el Congreso confirman esa limitación: se concentran en fideicomisos y compra de buses eléctricos, medidas importantes pero insuficientes. La verdadera transformación exige discutir el uso de suelo. ¿Por qué no plantear que más del 50% de nuestras vías se destinen a un transporte público multimodal que combine buses, trenes, bicicletas y caminatas? ¿Por qué no asegurar que todos los barrios tengan acceso equitativo y eficiente al transporte? Mientras no toquemos estas cuestiones estructurales, seguiremos maquillando un sistema desigual e ineficiente.
La experiencia internacional demuestra que un sistema urbano bien diseñado no solo mejora la movilidad: también incrementa la seguridad ciudadana. Calles iluminadas y activas, con transporte eficiente y espacios públicos vivos, reducen la criminalidad y generan confianza social. Según ONU-Hábitat y el Banco Mundial, la movilidad sustentable actúa como catalizador para otras políticas públicas: reduce la pobreza al ampliar oportunidades de empleo, mejora la asistencia escolar y disminuye la desigualdad al integrar barrios históricamente marginados.
Un bus confiable o una ciclovía segura no son solo infraestructura: son políticas sociales en movimiento. Y también representan oportunidades económicas: ciudades más caminables y con transporte eficiente atraen inversiones, valorizan el suelo urbano y fortalecen el comercio local. En otras palabras, planificar para las personas no es un gasto, es una inversión que rinde.
La historia demuestra que el cambio es posible. En los años 70, ciudadanos de Ámsterdam protestaron bajo la consigna Stop de Kindermoord (“Paren de matar a los niños”), y forzaron una transformación que priorizó ciclovías seguras, transporte integrado y calles para peatones. Hoy, ciudades neerlandesas como Utrecht o Rotterdam pueden inspirarnos: algunas soluciones podremos copiarlas, otras deberemos adaptarlas. Lo que no podemos hacer es seguir resignados a la mediocridad.
Mi mes de reencuentro con el Paraguay urbano me deja una certeza: el cambio es posible. Tenemos técnicos formados en las mejores universidades del mundo; lo que está en duda es si nuestros líderes políticos estarán a la altura. Pero la experiencia internacional también enseña que los grandes giros urbanos no nacen solo desde arriba: surgen cuando la ciudadanía se organiza, exige y no se conforma. La pregunta, entonces, no es solo qué harán nuestros políticos, sino qué estamos dispuestos a hacer nosotros para reclamar ciudades que cuiden la vida, la equidad y el futuro de todos. Entenderlo es clave: apostar por movilidad y sustentabilidad urbana no es un gasto, es la inversión más rentable para el país en las próximas décadas.
Incrementa la seguridad
Experiencia internacional demuestra que un sistema urbano bien diseñado no solo mejora la movilidad, también incrementa la seguridad ciudadana.
(*) Asesor Horizonte Positivo.