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En el mismo contexto, la complejidad económica requiere una mejor educación porque influye en el desarrollo de nuevas destrezas y la formación de capital humano (Ferrarini y Scaramozzino, 2016). Además, una economía en proceso de crecimiento y modernización requiere de políticas públicas que proporcionen condiciones para una mayor innovación, competitividad y diversificación económica.
Otros estudios como los de Mustafa, Rizov y Kernohan (2017) refieren que, en economías avanzadas de Asia, como de Japón, Taiwán y la República de Corea, se ha observado un rápido desarrollo humano ubicándolos al nivel de los países industrializados avanzados. Como consecuencia, estas naciones han alcanzado tasas de crecimiento económico excepcionalmente altas en los últimos 30 a 40 años.
Al comparar la desigualdad de ingresos y la complejidad económica entre América Latina y algunos países asiáticos (China, Malasia, la República de Corea y Singapur) se muestra que, si bien el alza en los precios de los productos básicos en la década del 2000 provocó que las economías latinoamericanas registraran mejoras sociales, la ausencia de diversificación se reflejó en la falta de mejores oportunidades de trabajo. Esto a diferencia de las naciones asiáticas que invirtieron en capital humano e innovación tecnológica, permitiéndoles un cambio en la canasta de exportaciones de la región, incrementar su competitividad y situarse en mejor posición para afrontar crisis económicas (Lee, 2017).
El Banco Mundial cuenta con el denominado “Índice de Capital Humano”, una medición que resume la cantidad de capital humano que un niño que nace hoy en día puede llegar a alcanzar hasta los 18 años. Se consideran los riesgos de mala salud y educación deficiente prevalentes en el país en el que vive. De esta manera, se crea un probable escenario de productividad de toda una próxima generación para ser analizada.
Se utiliza una escala de 0 a 1, donde solo se aplica 1 si el niño que nace hoy en día puede llegar a gozar de “plena salud” (definida como “el estado en el que la persona no sufre retraso del crecimiento y vive, como mínimo, hasta los 60 años”) y alcanzar todo su “potencial en la educación formal” (definido como “la posibilidad de asistir durante 14 años a un establecimiento educativo de alta calidad hasta los 18 años”).
Es de recordar que el último reporte del organismo revela que, en todo el mundo, un niño nacido en el año 2020 llegaría a ser 56% más productivo cuando sea mayor de edad siempre y cuando pase por un proceso de educación completa y salud integral. Con la pandemia, el potencial, se estima, sufrirá una importante caída.
Los datos desagregados revelan que, en su mayoría, los países asiáticos y nórdicos ocupan los primeros diez lugares con un promedio del 81%. Para todos estos se observa un alto desempeño en la totalidad de los indicadores.
En cuanto a las cifras para la región de América del Sur, la métrica de capital humano indica un 59% de productividad. En este caso, Chile, Perú y Colombia son los países de mejores rendimientos hacia esta zona del continente.
Para el caso de Paraguay, el país se encuentra relegado, tanto en el indicador general como en todos los demás, menos en el de crecimiento saludable.
Los números relacionados a nuestro país muestran un fuerte rezago en cuanto al capital humano (educación y salud) de la población que incidiría en las próximas generaciones. Si se considera la pandemia, los efectos podrían ser aún mayores, por lo que urgen acciones que ayuden a mitigar la pérdida en el bienestar de las futuras generaciones.