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Dentro del panorama de la literatura española actual, hay voces que rompen esquemas y van más allá de su propio contexto. Es el caso de Minke Wang, nacido en Wenzhou, provincia de Zhejiang, China, en 1978, y radicado en España. En su recorrido como escritor comenzó a colaborar con poemas y relatos en revistas como Kokoro y Paralelo Sur. Ha publicado mòh (Amargord, 2015) y Un idioma propio (Instituto Nacional de las Artes Escénicas y de la Música, 2019). La escritura de Minke Wang, difícil de clasificar, reflexiona constantemente sobre la construcción de la identidad en un contexto migratorio.
Pienso que tu obra es una sola que se está reescribiendo constantemente. ¿Qué piensas de eso?
Sí, estoy totalmente de acuerdo. Es una escritura que se va reescribiendo continuamente a sí misma. Son diferentes procesos, pero, en el fondo, la operación del lenguaje es la misma; la idea de «repetición de la diferencia». Lo que se está repitiendo es una misma operación con diferentes materiales.
¿Qué recuerdos tienes de tu llegada a España? Fue un choque cultural contundente.
Por supuesto, aunque tampoco te das cuenta, lo interiorizas de alguna manera, no te analizas desde fuera en todo momento. Cuando me fui a Irlanda con veintidós años sí fui consciente de lo difícil que es empezar de cero, pero a los diez años me parecía una aventura. Un niño lo vive todo de esa manera.
¿Qué te llevó a Irlanda?
La beca Erasmus. En el año final de la carrera de informática escogí Irlanda, seducido por esa idea mitificada de los celtas, las leyendas... No me gustó mucho esa sociedad. Me gustaron el paisaje, los vestigios, la cultura, los escritores.
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Y entiendo que en ese paisaje hubiera escritores tan peculiares, aunque los que me interesaron más fueran exiliados, pero en esa sociedad encontré una juventud muy maleducada, racista, soberbia, que se pensaba el ombligo del mundo. Me gustó el país, pero no la gente de mi edad. La gente mayor era muy amable y encantadora.
¿Cómo fue la integración con la comunidad china en España?
En Valencia vivía con mi familia: varias tías, varios primos, varios restaurantes; los trabajadores se movían en ese círculo. Éramos cincuenta personas, suficientes como círculo de intimidad. En Valladolid, en el restaurante solo estaba mi madre y el círculo era menor, cinco o seis personas. Luego hice amigos españoles. En Valencia los primos no teníamos necesidad de hacer amigos españoles.
¿Cuál fue el motivo de que la familia se viniera desde China a España?
Es una larga historia. Mi abuelo paterno era funcionario del Kuomintang, del tribunal de exámenes de medicina tradicional del Estado. En 1949, antes de la retirada del personal del Kuomintang a Taiwan, nació mi padre, único hijo varón, con cuatro hermanas mayores. Podía quedarse en Wenzhou, en casa de los familiares de mi abuela paterna.
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Mi abuela, mi abuelo y mis cuatro tías estaban cerca de la frontera de Nanjing. El avión ya partía a Taiwan y tenían que decidir si irse y dejar a mi padre, y no verlo probablemente en veinte años, porque se cerrarían las fronteras, o quedarse y asumir las consecuencias, que fue lo que hicieron. Cuando se instauró la República Popular de China, mi abuelo fue torturado, interrogado, sometido a escarnio público. Le pusieron un cartel y un sombrero cónico. Eso sale en la película de Bertolucci.
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Mis tías y mi padre tenían muy buenas notas pero no aparecían en la lista de admitidos a la universidad… ni en la de no-admitidos. Como si no existieran. Esto duró muchos años, hasta que mi tía vio una oportunidad de salir en los 80. Se casó con un taiwanés que vivía en España. Salió y poco a poco fue sacando a toda la familia. España fue una casualidad. Pudo haber sido cualquier lugar.
¿En qué momento viene la literatura?
Mi abuelo paterno es poeta de métrica clásica y mi abuelo materno es del grupo Nueve Hojas, que empezó a escribir poesía moderna en China, poesía que no era de métrica antigua y que introducía elementos occidentales. Y como la literatura no da de comer, mi abuelo paterno, que tenía un lado práctico, porque era médico aparte de poeta, decidió que fuera científico y me puso de nombre Minke, que significa «hábil en ciencias».
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Me hubiese convenido estudiar una carrera de letras y especializarme en sinología; ahora sería profesor universitario. Los hijos, que estudien lo que quieran, porque al final se van a equivocar igual. Yo escribía desde los cuatro años. Siempre quise ser escritor. Cuando vine a España estuve cuatro años sin escribir por el idioma; luego empecé a escribir directamente en español. Le hice caso a mi familia y seguí una carrera de ingeniería informática, pero seguí escribiendo.
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La gente pregunta si has publicado un libro físico. Un escritor es alguien que ha publicado libros físicos, al menos en mis años, ahora es otra cosa. No me lo creía mucho, así que seguí trabajando, hasta que en 2005 gané un concurso de relatos en la revista Paralelo Sur, de Barcelona. Era un mínimo signo de evolución. A partir de ahí empecé a escribir a diario, yendo a la Biblioteca Nacional, formándome más. Pero fue cuando tenía aproximadamente 27 años. Ahora veo escritores jóvenes con una formación y una cultura que yo no tenía.
Yo lo veo como si fuese una carrera.
Es que es una carrera. Antes se tenía la idea romántica del solitario en su habitación aporreando un teclado. No es así, está muy bien la profesionalización: una beca, luego otra beca, y más o menos te vas haciendo una carrera, como en las artes plásticas. Yo siento envidia de que ahora un escritor de veinte años haya podido leer lo que yo en cuarenta.
Hay dos figuras importantes en tu obra: Gamaliel Churata y San Juan de la Cruz.
El castellano de San Juan de la Cruz me parece muy puro. Cuando entré en depresión, no podía tener silencio en mi cabeza. En Oriente hay un método, repetir un mantra. Un mantra, por mucho que lo repitas, no te agobia, no es un estribillo de The Beatles que te acaba rayando la cabeza. Un mantra no significa nada, te vacía la cabeza. Yo repetía el Cántico espiritual de San Juan de la Cruz. Nunca se sabrá si es verdad, pero me gusta la imagen de él en una celda de 2x2, con un rayo de luz cayéndole en la cabeza, repitiendo esos versos para no olvidarlos, y trascribiéndolos al salir de prisión. Gamaliel representa toda la operación de la vanguardia repitiendo un gesto antiguo de Guamán Poma.
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Ese gesto del ser que se forma en un lenguaje y los circuitos neuronales que se fijan en un lenguaje, una estructura de pensamiento acorde a ese lenguaje, y luego debe adaptarse a otro. En el caso de Guamán Poma era por supervivencia, y en el caso de Gamaliel es un gesto ya moderno, un gesto intencionado de recuperar otros lenguajes, otras estructuras mentales y de alguna manera mezclar esa herencia. Esa es mi idea de literatura, un gesto vanguardista de hace cien años.
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Gamaliel representa esa línea que está en Vallejo también. No sé por qué Perú tiene esa línea con la que yo conecto. Mira que en otros países también se ha dado mestizaje del español con idiomas antiguos, pero autores con los que conecte hay tres, y da la casualidad de que los tres son de Perú: Guamán Poma, Gamaliel Churata y César Vallejo.
*Gian Pierre Codarlupo Alvarado (Paita, 1997) es escritor, periodista, miembro del equipo editorial de la revista cultural chilena Mal de Ojo y de la Editorial Conunhueno, de Valparaíso, y colaborador en El Suplemento Cultural. Ha publicado el libro de poemas Caída de un pájaro en el mar (Universidad Nacional de Piura, 2018). Actualmente, vive en Madrid.