La Córdoba del siglo X: la época del Al-Ándalus

«Hay un pasado que va más allá de la nota turística: veamos también esa historia que palpita, de donde vienen nuestra piel y nuestro cabello», escribe desde España Gian P. Codarlupo en este artículo sobre la época de oro del Califato de Córdoba.

Vista de Medina Azahara, Córdoba, diciembre de 2022 (Foto de Gian P. Codarlupo)
Vista de Medina Azahara, Córdoba, diciembre de 2022 (Foto de Gian P. Codarlupo)

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En fin, Córdoba bella, la sultana

del nuevo califato de Occidente.

Roswitha de Gandersheim.

Durante siglos se ha impuesto una historiografía tradicional con respecto a las comunidades cristianas que tuvieron que convivir con otras realidades socioreligiosas en el estado andalusí. Los datos son bastante escasos y difusos y lo que se ha repetido es que la única realidad religiosa fue el llamado «catolicismo hispano». Es en el siglo X que el estado árabe-islámico andalusí va a estructurarse; empieza el proceso de homogenización religiosa y cultural. Más adelante, el siglo XI será el punto álgido en el proceso de aculturación de los cristianos andalusíes; la idea era formar una «cultura autóctona» donde de forma gradual a través de la arabización se absorbería a la población ocupada para luego dar paso al proceso de islamización.

Por aquellos años, la mayor parte de la población cristiana pertenecía al medio rural. Las investigaciones han determinado que el proceso de aculturación solo fue viable en grupos sociales urbanos pertenecientes a las clases acomodadas y entre la curia eclesiástica. Juan Pedro Monferrer-Sala define así lo que se vivía por esas épocas: «la falta de supremacía católica no condujo a la quiebra de una supuesta unidad interna de la realidad cristiana, sino que, al contrario, facilitó la pervivencia de lo que venía siendo esa realidad: la cohabitación entre el poder religioso oficial, la iglesia católica, y el resto de grupos, mal calificados como “herejías”. Las variantes confesionales que se dieron en mayor o menor grado debieron coincidir con lo que sucedía en la Península en puertas de la llegada de los contingentes árabes».

Uno de los aspectos que destacan en aquellos tiempos fue el de las traducciones. Uno de los traductores más importantes fue Ishaq b. Balask al-Qurtubi. Para poder debatir y rivalizar con sus oponentes, los cristianos debían conocer a profundidad su doctrina, esencialmente el Corán. Una de las tareas fundamentales a las que se dedicaron los cristianos arabizados fue traducir material bíblico.

Por otro lado, un aspecto interesante de ese siglo fueron los mártires cristianos. Sin embargo, es necesario tomar en cuenta el apunte de Emilio García Gómez: «No hay por qué ponderar la trascendencia y el relieve que, por razones obvias, tiene en la historia la “oposición” mozárabe contra los emires omeyas de Córdoba en el siglo IX, que dio lugar a esa ola de “martirios” llamados comúnmente voluntarios. Pero, por una de esas paradojas que a veces presenta la documentación histórica, resulta que de los muchos mártires de que nos dan noticia las fuentes mozárabes no sabemos nada por el lado musulmán, y, en cambio, de la única mártir cristiana de que habla un texto árabe nada sabemos por fuente cristiana».

Dionisio Baixeras Verdaguer: "La corte de Abderramán", 1855.
Dionisio Baixeras Verdaguer: "La corte de Abderramán", 1855.

A nivel arquitectónico, Córdoba era pura majestuosidad. Según Ibn Idhari, citado por Ceballos-Escalera Gila, Córdoba por aquel momento contaba con un cuarto de millón de vecinos que estaban distribuidos en la ciudad y sus veintiocho arrabales. Además, estaba dotada con tres mil mezquitas y trescientos baños. A nivel cultural, se puede decir que Córdoba era el principal centro del conocimiento, con sus universidades, también llamadas madrasas, con estudiantes que provenían de todo el Islam para cursar estudios en las facultades de derecho, filosofía, literatura, matemáticas, ciencias, astronomía y geografía. Todo esto debido a la expansión de Abderramán III al-Nasir, llamado el Conquistador. Su conquista en el norte de África, en ciudades como Melilla (926), Ceuta (931), Tánger (952) y Tremecén (956), se debió en gran parte a su flota de guerra, compuesta por cerca de ochenta naves.

Abderramán III dejó de lado a la aristocracia cordobesa y suprimió el cargo de primer ministro o hayib. Se apoyó principalmente en los libertos, extranjeros y esclavos, a los que les concedió altos cargos militares y civiles. Fue un hábil administrador de la hacienda pública y logró reunir un tesoro que lo convirtió en uno de los más ricos soberanos de su tiempo. Abderramán III al-Nasir accedió al trono a mediados de octubre de 912 y desde entonces tuvo que lidiar con distintos problemas, principalmente las insurrecciones de muladíes, árabes y beréberes que se habían alzado contra la autoridad omeya. Sin embargo, el califa se desentendió de estos acontecimientos y se dedicó a la restauración de la España islámica. Todas las condiciones por entonces eran propicias para alcanzar el éxito. Su abuelo fue apodado el Inmigrante. Según Hilda Grassotti: «En 916 tras someter varios cantones rebeldes y arrinconar al indomable Umar ibn Hafsun en el inexpugnable Bobastro, Abd al-Rahman III se volvió hacia la España cristiana. La línea fronteriza del Duero constituyó su primer objetivo militar. En ella se luchó en el estío del 916 y en el del 917. Sabemos por Ibn Idari que el hábil general Ahmad ibn Muhammad ibn Abi Abda dirigió las dos expediciones y que fue fructífera la primera y desastrosa la segunda. El serio revés sufrido en San Esteban de Gormaz por las huestes islamitas costó incluso la vida al caudillo cordobés, cuya cabeza fue colgada en lo alto de la muralla junto a la de un jabalí».

Aquí estuvo, hace siglos, la corte de Abderramán. Vista de Córdoba, diciembre de 2022 (Foto de Gian P. Codarlupo)
Aquí estuvo, hace siglos, la corte de Abderramán. Vista de Córdoba, diciembre de 2022 (Foto de Gian P. Codarlupo)

Más adelante, su hijo y sucesor Al-Hakam II, el Sabio, empedernido amante de los libros, logró reunir cuatrocientos mil manuscritos aproximadamente, la mayoría adquiridos en el Próximo Oriente. Fue gracias a Al-Hakam II que los clásicos griegos y romanos llegaron a Occidente, así como también las obras de los sabios orientales y judíos. Este amor de los musulmanes cordobeses por el conocimiento produjo obras de gran importancia, entre las que destacan el álgebra de al-Jwarizmi, en el campo de las matemáticas; en medicina, el Tasrif del cirujano Abu-l-Qasim al-Zahrawi; en astronomía, las Tablas toledanas; en agricultura, el Libro de la agricultura, de Ibn Wafid. Fue Al-Hakam II el que mandó agrandar la famosa mezquita que años atrás había iniciado su padre. Fuera de su pasión por los libros y la belleza, Al-Hakam II mejoró los caminos y vías de comunicación del califato. También libró guerras con los cristianos del norte, a quienes derrotaría en Gormaz en 963. En 966 los obligaría a firmar un acuerdo de paz. Más adelante, aumentaría su biblioteca con la adquisición de libros raros en Bagdad, El Cairo, Damasco y Alejandría. También seguiría fundando escuelas y universidades. Su muerte llegó en 976, dejando un hijo de un año: Hicem II. A partir de ese momento las riendas del califato las llevaría Almanzor y habría sucesivas guerras civiles.

A nivel político, cultural y artístico, Córdoba les llevaba abismos de distancia a los reinos cristianos. Así se estructuraba el gobierno, siguiendo las notas de Ceballos-Escalera Gila: «El califato de Córdoba se gobernaba directamente por el califa, auxiliado a veces por un primer ministro (hayib) y siempre por sus ministros o visires, que se repartían las tareas de gobierno mediante un moderno sistema de ministerios (diwan). El califato estaba dividido administrativamente en unas treinta y siete provincias, al frente de las cuales se situaba un gobernador (ummal) con sede en una ciudad o en una fortaleza; las provincias fronterizas estaban sujetas a un régimen especial».

Hay un pasado que va más allá de la nota turística: veamos también esa historia que palpita, de donde vienen nuestra piel y nuestro cabello. Revisar el pasado, someterlo a juicio, decir que a veces la muerte en verdad se llama asesinato.

Bibliografía

García Gómez, E. (1954). Dulce, mártir mozárabe de comienzos del siglo X. Madrid, CSIC.

Grassotti, H. (1966). Dudas sobre tres problemas de Historia Hispanomusulmana del siglo X. Príncipe de Viana (102), 127-135.

Monferrer-Sala, J. P. (2016). Evangelio árabe fragmentario de Marcos (Ms. Qarawiyyin 730). Una traducción árabe andalusí del siglo X. Edición diplomática y estudio preliminar. UCOPress. Editorial Universidad de Córdoba.

Vernet, J. (1970). Astrología y política en la Córdoba del siglo X. Instituto de Estudios Islámicos en Madrid.

Interior de la Mezquita de Córdoba (Foto: Steven J. Dunlop).
Interior de la Mezquita de Córdoba (Foto: Steven J. Dunlop).
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