Un desempeño agropecuario mejor que el esperado, un aumento del consumo interno, debido en buena medida a la estabilización en Argentina, lo que provoca precios domésticos más competitivos en relación con el país limítrofe; un ajuste global del dólar que alivia tensiones macroeconómicas y aligera el peso del endeudamiento público, todo lo cual estimula la confianza de los inversores y el ambiente de negocios, son algunos factores que hacen que la economía paraguaya esté experimentando un ciclo de alto crecimiento, con tasas mensuales cercanas al 6% y una proyección de alrededor el 5% para el año, superior a la estimada. Es el momento de aprovechar y concretar las postergadas reformas estructurales.
Se suele señalar que el crecimiento económico les llega a pocos y no a la mayoría, pero eso es solo parcialmente cierto. El crecimiento aumenta las oportunidades, impulsa el empleo y está más que probado que reduce la pobreza, al punto de que ambas curvas se comportan de manera inversamente proporcional, cuando sube la una, baja la otra, y viceversa. Sobre todo, se observa un automático incremento de la pobreza en épocas de retracción.
Por supuesto, también es cierto que el “goteo” no es parejo, hay sectores que se benefician más que otros y existen grupos en la sociedad con serias desventajas frente al resto. Una política social con énfasis en una educación de calidad, en un buen sistema de salud pública y en asistencia correctamente focalizada en los más vulnerables, como las comunidades indígenas y los bolsones de extrema pobreza, es también fundamental. Pero, al margen de ello, sin crecimiento económico es imposible progresar. Como bien indicó un analista, no hay país en el mundo donde la calidad de vida de la gente haya mejorado sin un aumento del PIB per cá pita.
Por lo tanto, el crecimiento de la economía es una muy buena noticia para el país, el optimismo es justificado e, incluso, por qué no, es dable aguardar que se ratifique el grado de inversión otorgado por una calificadora internacional de riesgo, y que se le sumen otras, lo cual sería de gran importancia para la captación de capitales para el desarrollo nacional.
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Sin embargo, como su nombre lo indica, los ciclos económicos son cíclicos. Las ciencias económicas y la experiencia empírica enseñan que a las épocas de vacas gordas invariablemente le siguen épocas de vacas flacas. Es menester que se aproveche esta coyuntura favorable para hacer los ajustes y tomar las medidas que se requieren para fortalecer el potencial y minimizar los riesgos que pesan sobre la economía nacional, porque el impacto en el corto plazo será más llevadero ahora que después.
Es justo reconocer que este Gobierno ha hecho bastante bien lo básico en términos macroeconómicos. Por un lado, el Banco Central ha conseguido mantener la inflación bajo control sin afectar el ritmo de la actividad económica. Por el otro, el Ministerio de Economía ha podido cumplir las metas de reducción del déficit fiscal sin incrementar los impuestos, aunque todavía está por verse cómo cierra el ejercicio, ya que en 2026 debe retornarse al tope del 1,5% del PIB.
Pero no es suficiente. Es perentorio abordar los grandes problemas nacionales más temprano que tarde, comenzando por el Presupuesto General de la Nación 2026, actualmente en estudio, para dar claras señales de que hay real voluntad de mejorar la calidad del gasto público.
Hay varias leyes aprobadas que no terminan de implementarse. Una de ellas es la de la función pública y la carrera del servicio civil, que en los papeles prohíbe el ingreso a las planillas del Estado sin concurso, pero que, en la práctica, se muestra incapaz de evitar casos de nepotismo y acomodos que salen a luz todos los días. Otra es la ley de supervisión previsional, que va por su tercer año sin aplicación, mientras todas las cajas jubilatorias, incluyendo el IPS, están en crisis.
Tampoco se ha hecho nada concreto con el espinoso asunto de la Caja Fiscal, cuyo déficit exponencial pone en jaque a las finanzas públicas. También está pendiente la renegociación del Anexo C del Tratado de Itaipú y de la libre disponibilidad de los recursos energéticos nacionales. Igualmente, hay mucho por hacer en el campo de la formalización de la economía, el combate al crimen organizado y la corrupción y, no menos relevante, en el restablecimiento de la institucionalidad frente a ciertos retrocesos de público conocimiento. Son algunos ejemplos importantes, pero el punto es que todo esto, y más, es mejor encararlo en tiempos de crecimiento económico.
El presidente Santiago Peña se ha demorado mucho en las reformas estructurales (aunque se jacte de lo contrario), pero nunca es tarde para hacer lo correcto. Se le presenta una gran oportunidad. Depende de él.