¿Somos verdaderamente libres e independientes?

Hoy se conmemora un año más de la gesta revolucionaria del 14 y 15 de mayo de 1811 en la cual, un grupo de jóvenes liderado por Pedro Juan Caballero, Fulgencio Yegros, Vicente Ignacio Iturbe, Mauricio José Troche y Fernando de la Mora conseguía la independencia patria de la dominación española y, con ello, iniciaba un largo camino por afianzar la libertad, la independencia y la soberanía de lo que sería la República del Paraguay. Sin embargo, luego de 214 años, ¿son las instituciones verdaderamente libres e independientes en nuestro país? Una de las primeras características de toda república es la soberanía del pueblo, ya que quien detenta el poder es el pueblo y lo ejerce a través de sus autoridades que representan sus intereses. Se observa cada día cómo nuestras autoridades solo se sirven a sí mismas, buscando privilegios inmerecidos y dejando de lado al pueblo.

Hoy se conmemora un año más de la gesta revolucionaria del 14 y 15 de mayo de 1811 en la cual, un grupo de jóvenes liderado por Pedro Juan Caballero, Fulgencio Yegros, Vicente Ignacio Iturbe, Mauricio José Troche y Fernando de la Mora conseguían la independencia patria de la dominación española y, con ello, iniciaba un largo camino por afianzar la libertad, la independencia y la soberanía de lo que sería la República del Paraguay.

A partir de allí y gracias a la valentía de jóvenes que dejaron de lado todo temor, se establecieron los elementos constitutivos de una nación, para darle al pueblo libertad e identidad. Era la noche del 14 de mayo cuando estos jóvenes revolucionarios se apoderaron del cuartel de la plaza, bajo el mando de Troche, intimando al gobernador Bernardo de Velazco a rendirse y deponer las armas. Tras un intento inicial de resistencia, este finalmente aceptó las condiciones impuestas en la madrugada del 15 de mayo, y ese mismo día, entrada la tarde se izaba por primera vez la bandera paraguaya al son de 21 cañonazos que anunciaban la victoria.

Esa misma bandera fue la que defendieron nuestros soldados y niños en aquella cruenta guerra que culminó en 1870 y en aquella otra donde a costa de tantas vidas se defendió el Chaco paraguayo. Esa misma bandera que simboliza la nación que sobre sus hombros reconstruyeron las residentas, con valentía y resiliencia, es la misma que durante 35 años un dictador tiñó de rojo sangre, pero que con la misma determinación de aquel 14 y 15 de mayo de 1811, un grupo de militares y civiles pudieron izarla nuevamente en libertad.

Sin embargo, luego de 214 años de aquella gesta, ¿son las instituciones verdaderamente libres e independientes en nuestro país? Una de las primeras características de toda república es la soberanía del pueblo, ya que quien detenta el poder es el pueblo y lo ejerce a través de sus autoridades que representan sus intereses. Sin embargo, se observa cada día cómo nuestras autoridades solo se sirven a sí mismas, buscando privilegios inmerecidos y dejando de lado al pueblo. Legisladores autoasignándose aumentos de salarios, viajes a costa del pueblo, pero sin beneficios para los habitantes, haciendo prevalecer contratos a través del tráfico de influencias para favorecer a los amigos, familiares, amantes y correligionarios adulones.

Un Poder Ejecutivo encabezado por un presidente que lleva más tiempo haciendo turismo y conociendo otros países que gobernando el suyo. Un presidente que malgasta dinero público para ir a controlar las obras realizadas en su mansión de veraneo a bordo de helicóptero de las Fuerzas Armadas costeado por el sufrido pueblo paraguayo que no alcanza a tener una vivienda propia y que debe sortear día a día el pésimo estado del transporte público. Un presidente que aparentemente privilegia, en dudosas licitaciones públicas, a empresas vinculadas al holding donde hasta hace poco poseía acciones, y sin ruborizarse omite dar explicaciones recurriendo siempre a la excusa de ser perseguido por la prensa independiente.

Un Poder Judicial al que no le basta la impunidad en casos graves de corrupción, que no sienta postura en acciones de inconstitucionalidad tan importantes para la democracia. Un Poder Judicial que se autoasigna privilegios y que sin importarle en lo más mínimo la ética y la moral comprometen la imparcialidad convirtiéndose en juez y parte del mismo asunto, comprometiendo nada menos que el Estado de derecho por cupos de combustible, como si la sangre de nuestros próceres fuera derramada para garantizar solo eso, “cupos de combustible” para unos pocos privilegiados.

Un Poder Legislativo donde una mayoría de sus miembros se preocupa más en legislar para beneficiar a intereses determinados y en ubicar a “nepobabies” y otras varias clases de “nepos” en cargos con jugosos sueldos, antes que en producir buenas leyes.

Un Ministerio Público que solo atina a requerir año tras año aumento de presupuesto y sigue sin dar con los responsables de tres secuestros activos, de compatriotas desaparecidos hace 10, 8 y 4 años. Un Ministerio Público que ni siquiera es capaz de investigar y sacar conclusiones sobre la muerte de uno de los suyos, un fiscal asesinado por el crimen organizado, para quien no se encuentra justicia, ya que los expedientes solo sirven para acumular polvo y telaraña, a la par de familiares y allegados de las víctimas, que siguen acumulando decepción y frustración.

Otro de los elementos constitutivos de la República que regalaron los próceres de mayo es la independencia de los poderes, ya que de ella depende la vigencia de una democracia. Sin embargo, la casta política se ha empeñado en demostrar al pueblo que la independencia consagrada en la Constitución nacional es letra muerta. Que basta levantar el teléfono desde el Jurado de Enjuiciamiento o desde alguna cámara del Congreso para que fiscales, fiscales adjuntos, jueces y ministros del Ejecutivo se arrodillen ante el poder político, al son de “mi querido hermano”, “un gran amigo” o “triple abrazo fraterno”, ya sea por lo que llaman “carne premium” o por algún otro “favor”.

Pero lo peor de todo es que con esto no se compromete solo aquella bandera izada esa tarde del 15 de mayo de 1811, ni esa independencia soñada ni esa libertad que tanta sangre, tortura, muerte y desaparición costó a quienes precedieron en esta nación: compromete el futuro de la República, el futuro de la educación, de la salud pública, del bienestar del pueblo y de una vida digna. Comprometen la justicia, la esperanza, la paz de los hogares paraguayos. Si todo eso no tiene algún significado para quienes hoy dirigen los poderes del Estado, entonces ellos pueden ser considerados verdaderos traidores de la patria.

Como escribió antes de morir Pedro Juan Caballero: “La sed de sangre del tirano de mi patria no se aplacará con la mía”, del mismo modo que la sed de poder de quienes dirigen el destino del país no debe aplacarse con las esperanzas del pueblo paraguayo.

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